Historia
El modernismo, más allá de los edificios
En el cambio hacia el siglo XX, Reus se convirtió en uno de los principales «laboratorios sociales y políticos» del país

El historiador Joan Navais, durante la conferencia que pronunció en el Centre de Lectura.
Cuando se piensa en el modernismo, aparecen en la mente edificios de formas sinuosas y obras magnánimas. No obstante, iba mucho más allá de la arquitectura. El Centre de Lectura programó unas jornadas para tener una mirada global del cambio hacia el siglo XX, desde la literatura al arte. La última sesión giraba en torno a la base que lo sustentaba —y lo sustenta— todo: la sociedad. Si el modernismo era un movimiento estético, también se vivieron unos movimientos sociales y políticos que querían «empoderar al país y la ciudad». «Se habla mucho del carácter progresista de Reus y, con los años del modernismo, es muy visible», reflexiona el historiador Joan Navais.
En torno al año 1900, Reus, que ya venía de una tradición liberal y heterodoxa, se convirtió en uno de los focos políticos del país y, al mismo tiempo, un espacio urbano de confrontación de colectivos y movimientos que se vivió en las urnas, pero también en la prensa, la cultura y las calles. «En los años del modernismo, la ciudad se convirtió en uno de los principales laboratorios sociales y políticos del país», afirma Navais. El historiador habla de las ideas obreristas, republicanas y catalanistas, que pretendían romper el statu quo de la restauración borbónica, y el estado monárquico, capitalista y centralista.
Aunque las primeras sociedades obreras en Reus se fundaron a mediados del siglo XIX, ganaron mucha más fuerza en el cambio de siglo, un hecho «nada extraño si tenemos en cuenta las terribles condiciones de vida y trabajo de la clase trabajadora, que habían mejorado muy poco». «Si olvidamos las condiciones pésimas de la época, no podemos entender la conflictividad de la ciudad», explica Navais. Con unas jornadas extenuantes que podían llegar a las 11 horas, salarios muy justos, las mujeres con sueldos todavía más escasos, la insalubridad de los espacios industriales y la explotación infantil —un 15% de la plantilla en las fábricas eran menores de 15 años—, las condiciones se radicalizaron en conflictos sociales y el antagonismo de clases. Derivaron en dos huelgas generales, 1902 y 1903. La primera se alargó una semana. La segunda alcanzó la docena de días. Los escasos éxitos —como la declaración como días festivos del 1 de mayo, el 29 de junio y el 25 de diciembre— provocaron la desorganización de las asociaciones obreras.
Reus fue una de las capitales republicanas del Estado, entendida como una manera de concebir el mundo y las relaciones humanas, por ejemplo, introduciendo el laicismo —hubo republicanos que, durante la Semana Santa, organizaban banquetes, comían carne y lanzaban los huesos al paso de las procesiones— e impulsando el libre pensamiento. Con la presencia de grupos más moderados y otros más radicales y combativos, los ideales republicanos arraigaron gracias a la intensa actividad cultural y social de qué se acompañaban.
Pau Font de Rubinat, quien acabaría siendo alcalde y colgaría la bandera en el Campanario, y Bernat Torroja fueron las caras más visibles del proyecto catalanista. Buscaban hacer crecer el sentimiento catalanista y la presencia de sus ideas, como el fomento de la lengua, la historia y las costumbres del país.
El sector conservador también pasaría a la ofensiva a finales del siglo XIX, organizándose social y políticamente.
Reus
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Sergi Peralta Moreno