Cultura
Una degustación del 1900: habas ahogadas, escudella y un 'titot'
El centro disfruta de la tercera edición de 'Reus 1900. Fiesta Modernista', un viaje al pasado

Burgueses bailando en la plaza de Delgaducho durante la Reus 1900.
Sombrilla en mano, una dama observaba la tienda de Cal Navàs. Presumida, lucía un vestido de tonos cebra. Entre mirada y ojeada, oyó gritos en la plaza de la Constitución: «Vengan, vengan»!. En la parada de la verdura, los vendedores ofrecían a los clientes su mejor género, cuando, de repente, dos muchachos de extramuros se plantaron. «Un 'titot', por favor», pidieron. ¡«'Titot' serás tú»!, recibieron de respuesta. La confusión se hacéis evidente. Los paradistas, ofendidos, se sintieron insultados. «Un 'titot' es un sinvergüenza», explicaban, ante la estupefacción de los jóvenes. Hasta que alguien sacó el quid de la cuestión: «Un 'titot' es un pavo!». En medio del alboroto, los obreros se apresuraban para terminar sus pancartas. Había una manifestación convocada y era la hora de hacer oír su voz.
Esta fue, sólo, una de las escenas que se han vivido este fin de semana en Reus. Amorosa de su pasado, la ciudadanía no ha dudado a subir al DeLorean y transportarse a finales de 1900 para revivir la época esplendorosa con la tercera edición de la Fiesta Modernista; una conmemoración que tenía como eje vertebrador la gastronomía.
Lejos del bullicio, Tecla y su marido bajaban la calle de Llovera. «Todo es extraño», clamaba ella. No paraba de darle vueltas. Algo no encajaba. ¿«Lo decís por el olor? Es normal, esta ciudad no está bañada por la sal del mar como nuestra ciudad pescadora y marinera», respondía él, satisfecho. «Si lo dices por la peste de los alrededores de la Catedral...», soplaba Tecla. Su criado también se había dado cuenta de ello. La dama tarraconense estaba embelesada por las guarniciones de las fachadas. «No me parecería mal que nos hicieran una casa como estas», soñaba. Su marido discrepaba. No era, sólo, cuestión de estética. «Quizás las cosas no nos van tan bien como parecen y nos tendremos que quedar a vivir aquí porque no nos conoce a nadie», reconocía finalmente. No se había dado cuenta de que solamente no lo estaban. «Ahora ya sé qué es la cosa extraña: toda esta gente que nos mira», avanzaba Tecla. ¿«Seguro que no les debéis dinero, señor?», remataba al criado.
Delante del Gran Hotel de París, los niños se entretenían con juegos de madera y Robert y su mujer discutían. Él quería unas habas ahogadas para celebrar su aniversario. Ella requería comer más refinado. Robert se sinceraba: era menos feliz desde que faltaban las habas a su menú. Con la escudella preparada, Cori y Anna servían a sus comensales delante de la Casa Rull. Para Dani, «el delgaducho que sólo come hierba», habían reservado un plato de patata y judía. No come carne, ni bebe, ni fuma; después de escuchar a Jaume Santiveri en el Centro de Lectura, ha decidido volverse vegetariano. Sus compañeros en las viñas dudaban de su sanidad. «Yo lo tengo en el lado y tajada como uno más; quizás no es ninguna tontería», admitía una. «Yo, sin vino y butifarra, no puedo vivir», reconocía otro.