Espectáculo
Por San Esteban, canelones y lucha libre
Reus fue escenario de veladas de ‘pressing catch’ en la segunda mitad del siglo XX

Cartel y exhibición de lucha libre en Reus
Era 26 de diciembre de 1975: Festividad de San Esteban. Antes de reunirse con la familia y degustar los canelones, los reusenses tenían una cita ineludible en el Palau d'Esports del Reus Deportiu: la gran sesión matinal de lucha libre. Luc Béjar, Joe Adell y Fred Turner competían en el Torneo de Navidad. Completaba el cartel Rocky Nelson. El Rey del Tornillo, en honor a su movimiento insignia, había llegado al Estado escasos meses antes, proveniente de Colombia. «¡Casi me detienen en Reus»!, recuerda con 85 años.
Era una época en que el pressing catch —cómo se conocería más adelante este deporte-espectáculo en España— era un popular entretenimiento. En la década de 1950, vivió su momento de eclosión, con el Gran Price barcelonés y el Campo del Gas madrileño como capitales de su práctica. En el Teatro Bartrina, la Palma, el Velódromo o el pabellón del Reus Deportiu se montaron cuadriláteros y, entre las doce cuerdas, los gladiadores se batían en duelo. Hacia 1970, permanecía la Festividad de San Esteban: los luchadores bregaban en Martorell o en Reus, subían al coche y conducían hacia Lleida, donde les esperaba la sesión vespertina.

El luchador Rocky Nelson
Nelson recuerda cómo, en el wrestling, nombre con que se conoce la disciplina en inglés, los competidores acostumbran a interpretar personajes que se alinean con el héroe y el malvado, con sus infinitos matices. Como espectáculo, se busca la interacción con el público. Con la adrenalina a flor de piel, el Rey del Tornillo dedicó, en el lejano 1975, un corte de mangas a la gradería reusense. La jugada no salió como esperaba y la Guardia Civil le obligó a bajar del cuadrilátero y le impuso una multa de 30.000 pesetas, que tuvo que abonar el empresario que lo había contratado, no sin amenazar al gladiador que tendría que devolver el importe. «¿Cómo me lo quieres cobrar? Si en América nos insultamos con los espectadores todo el rato, pero forma parte del espectáculo», reflexiona.
Y es que la lucha libre se caracteriza por la fusión entre el deporte y la ficción. Exige un esfuerzo, las caídas duelen, pero hay un guion preestablecido y cada uno interpreta su papel. Se crea un universo paralelo en que «mucha gente venía a desahogarse». «Si tenías un problema en casa, ibas al espectáculo, le decías al pobre luchador todo el que no te habías atrevido a decir antes y, después, le pedías un autógrafo y lo abrazabas», recuerda.

Colección de máscaras de lucha libre en miniatura de Rocky Nelson.
Por fortuna, la policía dejó en libertad a Nelson y pudo llegar a tiempo a Lleida. Era el final de la temporada de invierno. Hasta al inicio de las fiestas mayores, la actividad decaía, en España. Era entonces que los más oportunistas viajaban a países como Mozambique, Arabia Saudí o Siria. Porque siendo luchador, en un par de noches, «ganábamos lo que le costaba un mes a un obrero». El problema, sin embargo, era que no cotizaban, y el colombiano se encontró, con 60 años, con una pensión que no le permitía vivir. Estuvo trabajando en Renfe hasta el 30 de diciembre del 2024.
La lucha llegó a un clímax en 1990 con las retransmisiones televisivas de WWF. En contraste, el panorama nacional ya había desaparecido, manchado por un estigma de agresividad que se introdujo en paralelo con los nuevos gobiernos democráticos. Para volver a resurgir, tendría que esperar al nuevo milenio.