Agricultura
Reus, capital de la avellana
El empresario Albert Pujol analiza la expansión de la fruta seca a la segunda mitad del siglo XX en la Llotja

El empresario Albert Pujol, durante su intervención en el acto, enmarcado en el programa 'Temps d'Avellana'
En la segunda mitad del siglo XX, Reus era la capital estatal de la exportación de fruta seca. No es un calificativo azaroso, ni anodino, sino al contrario. En 1982, el 57% de las almendras que se exportaban desde España provenían de la capital del Baix Camp. En el caso de la avellana, el liderazgo era supremo: un 99%. «I creo que el 1% que queda era un error», bromeaba Albert Pujol. El empresario desgranó el boom del sector a la década de 1960, en una conferencia pronunciada en la Llotja, en el marco del programa Temps d'Avellana.
La magnitud de la eclosión fue soberbia: de avellana de Reus se venía desde Argentina hasta Japón. Con todo, Pujol dejó claro, al inicio de su intervención, que «no inventamos nada». Reus ya era ciudad exportadora y, de hecho, el dominio del fruto seco empezó a finales del siglo XIX, con la crisis de la filoxera: los exportadores de vino pasaron a ser comerciantes de avellana.
En 1936, la ciudad se había hecho un nombre en el campo, pero la Guerra Civil lo restañó todo. Almacenes fueron decomisados y destruidos y no fue hasta el final de las hostilidades que el gobierno insurgente se dio cuenta de que se encontraba en un grave problema de aislamiento comercial. Los planes de estabilización sirvieron para poner parches, pero no solucionaron el problema de base. «Seguía haciendo falta industria y maquinaria», analizó el empresario. Fue en aquel momento que el Estado decidió promover definitivamente la exportación: ¿«Qué nos sobra en España? La fruta seca».
Antes de 1965, había 25 empresas. Para facilitar los trámites y la interlocución, se fomentó la unión de las compañías. Así se creó SOGEXSA. También se aplicaron ayudas fiscales, como la desgravación fiscal del 6%, un dinero que se tenía que destinar a la mejora y el crecimiento de las sociedades; financieras, con una línea de crédito preferente; comerciales, con los consulados y las embajadas estando a disposición para abrir nuevos mercados y la interposición de un crédito para comprar avellanas en España que garantizaba el cobro...
La picaresca no tardó a brillar con luz propia. Campesinos, corredores y exportadores especulaban con la fruta seca, esperando el momento perfecto para vender, en la búsqueda del precio más alto. También aplicaban a la hora del muestreo, utilizando el ingenio para que la hurgadora siempre cogiera las avellanas de reciente cosecha.
La venta se aceleró exponencialmente. Se vendía avellana de Reus de punta a punta del mundo y el escenario tuvo repercusiones sociales de primer orden, con la creación de mucha mano de obra y el desarrollo de sectores como el del transporte —se dice que Reus daba trabajo a un 80% del Puerto de Tarragona—, el plástico o el cartón.
El 1982 fue el detonante. Una gota fría heló una gran parte de la cosecha de fruta seca y, para cubrir la frenética actividad, para pagar los créditos y contratos a corto plazo, se empezó a cubrir el restante con exportaciones. Los bancos dejaron de confiar y se entró en un momento de colapso. La situación se agravó con las negociaciones de España para entrar a la Comunidad Económico Europea, que significó la pérdida de los privilegios y una fuerte competencia proveniente de Turquía. La negrita permaneció como último baluarte, con compradores muy fieles.

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