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El pueblo de Tarragona con playas vírgenes, búnkeres de guerra y atunes gigantes

Este municipio es un tesoro escondido que combina historia, naturaleza y tradición pesquera sin artificios

Imagen de l'Ametlla de Mar.

Imagen de l'Ametlla de Mar.

Daniel Cabezas Ramírez

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En pleno litoral de Tarragona, donde muchas localidades han cedido ante el turismo de masas, l’Ametlla de Mar conserva su alma marinera y su paisaje casi intacto. Con poco más de 7.000 habitantes, este municipio es un tesoro escondido que combina historia, naturaleza y tradición pesquera sin artificios. Pasear por sus calles blancas o asomarse al puerto aún lleno de barcos artesanales es sumergirse en una versión auténtica del Mediterráneo.

Uno de los grandes reclamos de este enclave costero son sus playas salvajes y calas escondidas, muchas de ellas accesibles solo a pie. Más de una treintena de rincones bañados por aguas cristalinas se reparten a lo largo de su costa, donde todavía es posible extender la toalla sin ruidos, sin sombrillas alineadas y sin masificaciones. Espacios como Cala Vidre, Cala Forn o la recóndita Cala Sant Jordi ofrecen una experiencia natural que en otras zonas costeras de Cataluña ya es casi imposible encontrar.

Pero el mar aquí no solo es disfrute visual. También es parte de la identidad y del motor económico local, gracias a un peculiar protagonista: el atún rojo gigante. Esta especie, que puede superar los dos metros de longitud, es el centro de un turismo sostenible impulsado por la empresa Balfegó. Además de degustarlo en restaurantes del puerto, los visitantes pueden embarcarse para ver cómo se alimentan estos impresionantes peces en alta mar, una experiencia que mezcla divulgación marina con gastronomía de primer nivel.

L’Ametlla de Mar también guarda un importante legado histórico. Diseminados por su litoral se encuentran búnkeres de la Guerra Civil, construidos como defensa ante posibles ataques marítimos. Hoy forman parte de una ruta patrimonial que permite comprender el valor estratégico de esta zona durante el conflicto. Son vestigios silenciosos de un pasado reciente, integrados en el paisaje, y perfectos para quienes buscan algo más que sol y playa.

A pocos pasos del mar también se alza el castillo templario de Sant Jordi d’Alfama, que, junto a la cala del mismo nombre, ofrece uno de los paisajes más emblemáticos de la zona. El sendero GR-92 bordea esta costa privilegiada y permite descubrir estos y otros enclaves naturales e históricos, ideales tanto para senderistas como para fotógrafos en busca de luz mediterránea sin filtros.

En definitiva, l’Ametlla de Mar no es solo un pueblo bonito, es una experiencia completa. Un lugar donde el turismo aún tiene sabor local, donde la memoria histórica convive con la naturaleza intacta y donde se puede saborear el mar en todas sus formas: desde una cala solitaria, entre muros de piedra con historia o en un plato de atún recién preparado.

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