Diari Més
Gerard Quintana

Autor de ‘La puresa de l’engany’ y cantante de Sopa de Cabra

Entrevista

Gerard Quintana: «Escribir este libro ha sido perturbador, acabé enfermo»

En ‘La puresa de l'engany’ (Columna) Quintana explica la historia real de un falso poeta cubano que vivió en Girona

Gerard Quintana la semana pasada en TarragonaGerard Martí

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Esta historia arranca hace décadas.

Sí, la semilla de este libro hace más de treinta años que me ronda por el cap. Hice un viaje a Cuba el invierno del 92 y quedé impresionado por el momento tan bestia en que estaban viviendo allí: el Periodo Especial, la caída de la Unión Soviética, el doble aislamiento por el bloqueo occidental y la pérdida de su principal aliado, las colas de racionamiento, la represión policial...

El año siguiente fueron unos amigos, entre los cuales el Cuco, bajista de los Sopa, y conocieron a Antoine, un personaje que les fascinó. Volvieron a Girona con la voluntad de traerlo, y lo hicieron con la connivencia de la Universidad y de asociaciones y entidades culturales.

Yo había leído en El País su currículum, en página entera, donde se detallaba un alud de reconocimientos y premios y una obra transversal que iba de la poesía a la narrativa, pasando por el guion cinematográfico y la dramaturgia. Pensé que aquel chico ganaría el Nobel antes de los 40 años (entonces tenía veintipocos).

Y vino a Girona. ¿Qué pasó, entonces?

Cuándo llegó aquí nos fascinó. El gobierno cubano le había permitido salir a cambio de hacer varias actuaciones y, poco a poco, nos fue ganando. Cada vez había más gente que quería trabajar con él, personas de prestigio. Pero a mí me parecía que aquel éxito le incomodaba. Hasta que, un buen día, entendimos qué estaba pasando.

Llegó otro poeta cubano, Antonio Sariego, más mayor que él, que nos explicó que era el auténtico autor de las obras que el otro decía que eran suyas, y que otros eran de otros autores cubanos. No había ganado ningún premio, era todo una invención. Por lo tanto, yo conocí una ficción, el personaje que él construyó.

Después de que se descubriera el engaño, sin embargo, no lo viste nunca más.

No, pero el hecho de que pasáramos meses conviviendo, que incluso los Sopa hiciéramos actuaciones con él, hizo que lo tuviera presente mucho tiempo. En una de las visitas que me hizo a casa, le regalé unos zapatos. Me los había comprado para una boda, eran unos de aquellos zapatos que no te pones nunca, y a él le gustaron tanto que se los regalé.

Cuando se reveló todo el engaño, Antoine desapareció. Pero un día me encontré en la puerta de casa los zapatos que le había regalado. Pensé que alguien que te engaña no se toma la molestia de venir a devolverte un regalo, y si ya sentía cierta admiración por lo que había sido capaz de hacer, a partir de aquel momento se convirtió en uno de mis héroes.

Él no juntó cuatro maderas para tirarlas al mar y se jugó la vida, como hacían algunos de sus conciudadanos. Sus maderas fueron sus conocimientos, su bagaje cultural, su capacidad comunicativa y su memoria increíble. En Girona le pusieron la etiqueta de balsero intelectual.

Pienso que la imagen de estos zapatos en la puerta es muy potente. Tanto, que parece ficción.

Sí, y seguramente, si aquello no hubiera pasado, no habría tenido la misma imagen de él. Habría acabado pensando Mira, se lo llevó todo. Los libros que le regalé no me los devolvió, pero pienso que los libros no se devuelven. En cambio, aquello de los zapatos, me rompió el pensamiento y el sentimiento.

Explicas que este libro lo has escrito tres veces.

Sí. Primero, ingenuamente, pensando que podría explicar la historia de Antoine, para después darme cuenta de que, para hacer entender su actitud y sus acciones, tenía que mostrar la Cuba de la que quería escapar. Y hacerlo a través de los ojos de alguien de fuera, que quedara en shock por aquello en que estaba viendo. Después, me di cuenta de que yo no conocía a la persona, sino al personaje, así que decidí ficcionar la historia.

Creé a los personajes del Claudi y Lena, que son los que viajan a Cuba, y que se acabaron haciendo dueños de la novela, porque su historia era muy potente. Cuando escribí el libro por tercera vez, hice casar las historias del Claudi y Antoine.

El Claudi tiene nombre de día nublado, y Lena se llama en realidad Magdalena. Con estos nombres, ya intuimos que su relación está predestinada al fracaso...

No dejan ser un cliché, el del director de cine y su actriz. Tienen una relación de dominio, que de hecho está bien presente en la jerarquía del arte en general. Yo mismo, como estudiante del Institut del Teatre, vi este poder del profesor que va más allá de lo que es tolerable. Y, por la diferencia de edad, también responden al cliché de Lolita de Nabokov o, todavía mejor, de Kubrick.

Aunque él insinúa que, seguramente, quien explicaría mejor su historia son Pasolini o Sófocles. A mí me gusta mucho ir dejando pistas... Y quien es curioso o tiene una pizca de conocimientos sabe qué tienen en común: Edipo.

Es la primera vez que escribes en primera persona.

Sí. En vez de ponerme en la piel de un personaje incómodo, incluso cancelable, me podría haber puesto en la piel de Remedios Cano, que es la víctima, y sería más ajustado a la mirada que ahora mismo tenemos sobre las cosas. Pero para mí no habría sido ni tan atractivo ni tan potente. Al final, esta novela es la historia de dos familias, la familia León, en Cuba, y la familia Careta aquí.

Además, no quería hacer ningún juicio, por eso también la primera persona. Quería mostrar la historia desde el pensamiento de alguien que no es ejemplo de nada bueno. El Claudi habla del padre ya en la primera frase del libro. La madre está latente, pero se muestra casi muda o invisible durante toda la novela. El patrón por el que el Claudi ha llegado al amor es el del padre, que lo lleva al prostíbulo ya de bien jovencito, cosa que yo mismo había visto y sentido en generaciones anteriores a la mía.

Y hablo de eso porque me preocupa este presente en qué tampoco lo hemos hecho bien. Los jóvenes acceden a la sexualidad a través de la pornografía, que está al alcance y es gratuita, y somos incapaces de resolver esta anomalía que seguramente marca nuestras vidas y nuestro modelo social.

Amor y sexo son recurrentes en tus libros, y también el incesto.

Sí. Hay quien me pregunta: ¿No es muy retorcido eso del incesto? Pero a mí me gusta mantener la perspectiva sobre nuestra realidad, y eso me dice que siempre nos hemos arrodillado y sometido a familias que lo han practicado, los faraones, a la antigua Grecia y Roma, o en las monarquías europeas, desde los Habsburg hasta los Borbones.

Me fascina que alguien se pregunte por qué hablo de eso, cuando es una realidad que nos ha regido durante milenios. Me gusta provocar este choque y poder responder que, durante siglos, nos ha parecido normal.

El Claudi es un personaje que busca el amor, pero parece que no tiene la capacidad ni las habilidades para amar, aunque él se piensa que sí. Todo le llega a través del sexo.

Sí, él es muy torpe, aunque afirma que, como mínimo, habrá conocido el amor antes de los 50 años. Pero igual que muchos jóvenes de hoy día, accede al sexo divorciado del amor, a través de la cosificación. Y como si, pagando, todo fuera posible.

Los primeros patrones que ha conocido ya lo descolocan y lo hacen incapaz de amar, aunque él se piense que la otra persona aceptará su amor porque él le da lo que a ella le falta. Eso también me sirve para hablar de cómo entendemos las cosas ahora. En muchos momentos hago juegos de espejos, hablo de un pasado reciente, pero entre líneas, me refiero al presente.

En sus relaciones hay muchas reglas, además.

El Claudi y Lena se inventan un juego con unas claves para vivir una relación diferente. Después, el Claudi también tiene que seguir las pautas y las normas del prostíbulo. Incluso, el libro empieza recordando los consejos del padre, que no dejan de ser normas que resuenan en su cabeza. En realidad, es un personaje que sin normas no puede funcionar.

Es un personaje obsesivo y con mucha complejidad.

Para mí, el principal reto de este libro (siempre me pongo uno), era trabajar la psicología de unos personajes complejos. En mi primer libro, mi obsesión fue la verosimilitud, y por eso, con la ingenuidad del principiante, construí un contexto histórico muy documentado, como si aquello me ayudara a hacer el libro más creíble.

El segundo libro es, seguramente, el que exige más del lector, porque era más simbólico y hermético. Con este, quería escribir en primera persona y trabajar a estos personajes que no se muestran, porque sólo vemos una simulación, que además está dentro de su pensamiento.

El Claudi, para autoengañarse y hacer más fácil su existencia, se divide en tres. De esta manera puede delegar responsabilidades en su Observador y su Mono.

¿Cómo ha sido tu convivencia con este protagonista tan potente?

Perturbadora. Me acabé poniendo muy enfermo, cogí de todo y me sentí deprimido como nunca me había sentido, porque yo soy una persona positiva. En la última fase del libro, el malnacido este me venció.

Incluso después de haberlo acabado me costaba dormir, sentía su mirada ciega, mirándome sin verme. Fue una cosa rarísima. Pero es que he estado prácticamente tres años con esta bestia... Ahora me siento liberado.

No quiero que el lector se asuste y se piense que quedará conmocionado o traumatizado por el Claudi, pero ponerme en su piel me ha hecho sentir que estaba haciendo una novela temeraria. Ahora que el libro ya está publicado y ha empezado a llegar a la gente, me he sacado un peso de encima y he empezado a pensar en la próxima novela.

Esta es tu tercera novela. ¿Ya te sientes consolidado como narrador?

Narrador me he sentid siempre. De pequeño era mi sueño, y durante mucho tiempo he estado explicando cosas a través de las canciones.

Allí lo hacía con un lenguaje seguramente más poético, donde la fonética tiene más peso porque tiene que ser musical, y donde hay que ser muy esencial, porque hay poco espacio. Pero he estado explicando historias inventadas desde siempre.

En casa me decían que tenía mucha imaginación... Y, a veces, cuando hablamos del pasado, me dicen que yo viví otro pasado o que estaba en otra familia, porque lo percibía todo muy diferente.

Seguramente ponía una dosis de subjetividad muy potente. Y cierta ética, también. Quizás ahora me siento consolidado de cara a los otros, que ya se han acostumbrado al hecho de que yo también soy escritor.

¿Qué relación mantienes, con la escritura?

Siento que ya no hay marcha atrás, si no estoy escribiendo, la vida es incompleta, me falta alguna cosa básica y fundamental. Es inevitable, pero no ha sido buscado, sino vivido y sentido. Cuando escribes, creas un universo del cual sólo tú tienes la llave.

El primer libro lo compartí más durante el proceso, pero cada vez me cuesta más hacerlo: siento que no puede entrar nadie, es mi clave, mi intimidad. Pero también es verdad que mi entorno lo sufre y se resiente. Me dicen cosas como Pasas más tiempo con esta gente que no existe que con nosotros, o Haces el amor con este personaje que te has inventado y a mí hace una semana que no me tocas.

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