Comercio
Pastelerías tradicionales contra panaderías industriales
Las pastelerías tarraconenses resisten la «invasión» de las cadenas de hornos y cafeterías

Imagen de uno de los establecimientos del horno Panet, situado en la calle Fortuny de la Rambla Nova.
Si bien hace años la llegada de una gran franquicia se convertía en la nueva atracción de la ciudad, ahora ya ningún tarraconense se sorprende cuando un local que recientemente ha quedado vacío, reabre unos meses después con puertas transparentes y una gran zona de mesas y sillas que pronto se llena de jóvenes con portátiles, atraídos por el ancho espacio y el wifi gratuito. Las cadenas de panaderías y cafeterías son, sin duda, el último ‘boom’ comercial de la ciudad. Sólo hace falta dar un paseo por la Rambla Nova, donde este tipo de establecimientos parecen multiplicarse.
Muchos de estos comercios ya no son únicamente lugares donde tomar un café y hacer romper la charla, sino que en locales como el 365, estrenado recientemente en la ciudad, hace poco más de una semana se promocionaban, incluso, cocas de Sant Joan. Hace un par de meses, tampoco era extraño ver ‘packs’ de la Mona, con figuras de chocolate y los tradicionales pasteles decorados con plumas.
«Todo lo que pueden vender lo venden. Bollería, brazos de gitano, pasteles de nata, trufa..., ellos siempre tienen el congelador lleno. Quizás hace un mes que lo tienen, pero siempre ‘robarán’ alguna venta», comenta Marc Margalef, propietario de la pastelería Montserrat. Aunque tiene claro que sus clientes no renunciarán a la calidad de sus productos, admite que parte de la población sí que se deja seducir por los precios inferiores. «Claro está que nos afecta, es inevitable», afirma.
«Ahora cualquiera es pastelero», lamenta Josep González, propietario de la pastelería Conde y presidente del gremio de Pasteleros de Tarragona. «Parece que estamos siendo invadidos sin control por este tipo de negocio, y eso nos provoca mucha tristeza. Mi padre me avisó de eso hace muchos años.
Me decía ‘En un futuro todo se hará desde un despacho, tocando cuatro botones’, y parece que tenía razón», relata. «Hacer un cruasán, por ejemplo, es como vestir a un niño, cada pliegue se tiene que hacer con un cuidado que la industria no podrá replicar nunca», explica. «Evidentemente, estos comercios nos perjudican, pero todo lo que sube baja» afirma.
Desde Cal Jan, en cambio, no creen que esta nueva tendencia los afecte, al menos no a nivel comercial. «Daña, más que nada, la percepción de la gente y desmerecen el producto, pero nosotros no los consideramos competencia, porque tenemos un público diferente», apunta Magí Rovira, propietario de la pastelería. «Nuestros productos son de calidad y, por lo tanto, serán más caros. Cada uno ya valorará si les vale la pena o no. Nosotros somos fieles a nuestros clientes y ellos lo son con nosotros», asegura.
En la Velvet, la estrategia también es diferenciarse de estas cadenas. «Las pastelerías y las panaderías han sido cosas diferentes desde la época romana, pero los últimos años se ha corrompido un poco esta separación. Nosotros hace un año que hemos dejado de servir café, y ahora ya no competimos con estas grandes empresas», señala el propietario, Marc García. «Tú puedes comprar un pastel en una panadería, de la misma manera que puedes comprar un collar en una tienda de ‘fast fashion’, pero no esperes más que bisutería», compara.
Sea como sea, todos los profesionales tienen una cosa clara: esta no es una lucha justa. «Va más allá de industrial contra artesanal, hablamos de grandes negocios contra pequeñas empresas», explica el presidente del gremio. Y es que, asegura, dentro del sector se vive un «desánimo generalizado», provocado por problemáticas compartidas con otros autónomos, como «el exceso de impuestos, burocracia, y la falta de relieve generacional». «Muchos pasamos más tiempo en el despacho que haciendo lo que amamos», lamenta González.
