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Entrevista

Jordi Puntí: «Llegué a un punto que, leyendo las entrevistas de Cugat, oía la voz»

El escritor ha ganado el Premio Sant Jordi de novela con ‘Confeti’ (Ed. Proa), que repasa la vida de Xavier Cugat

El escritor de Manlleu Jordi Puntí, la semana pasada en Tarragona.Gerard Marti Roig

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-Explicas que tu libro es una antibiografía. ¿Por qué?

Para empezar, porque es una novela. Tengo la voluntad de cuestionar el modelo de biografía como hecho incontestable. De hecho, ahora mismo está triunfando una biografía de Maria Antonieta de Stefan Zweig, y la gente lo está leyendo como una novela. Yo quería alejarme de la idea de que el lector sintiera que estaba leyendo una biografía de Xavier Cugat. Tiene una parte biográfica, pero la parte más importante, desde el punto de vista narrativo y de voluntad creativa, es la que se cuestiona qué parte de ficción tenemos en nuestras vidas.

-En el libro, la ficción la encontramos en el personaje del narrador, pero también en muchas afirmaciones que salen de la boca del mismo Xavier Cugat. Era un inventor de primera.

Este es un poco el punto de partida. Había leído la biografía de Cugat, y enseguida pensé que lo que explicaba era muy literario. Y cuando empecé a investigar más a fondo, vi que la novela ya la había escrito él. Pero como no quería dejar de lado al personaje, busqué a un narrador que diera esta perspectiva, de alguien que está a su lado pero que, al mismo tiempo, como es periodista, tiene la mirada distante de lo que quiere informar.

-Hay una pregunta que no puedo evitar hacerte: ¿por qué Xavier Cugat?

A veces yo también me lo pregunto [ríe]. Sobre todo, por una voluntad de hablar de catalanes que se van a fuera y que viven sería prácticamente toda su vida. La novela anterior, Maletes perdudes, ya era sobre catalanes que se marchaban. Como trasfondo, hay una idea sobre la cual he pensado muchas veces: la primera gran novela catalana, que es Tirant lo blanc, es una novela de gente que se marcha, de caballeros que se van a la aventura y les pasan cosas cuando están fuera. Pero esta idea no ha alcanzado, tenemos una literatura de mirarnos el ombligo cuando, curiosamente, los catalanes siempre hemos sido un pueblo muy viajero. Hubo una gran emigración a lugares como Cuba, hubo el exilio... Y eso se habla relativamente poco. Este es el punto de partida. Y después el hecho de que Cugat es conocido, pero tampoco tanto. Mientras leía sus memorias, vi que este hombre tenía muchas cosas para explicar. Y para mí, que soy un fabulador y me gusta narrar y construir a partir de historias que no son exactamente normales, aquello era una mina de oro.

-El reto de poner voz a Xavier Cugat me parece extraordinario. ¿Cómo lo afrontaste?

-Escribiendo y reescribiendo mucho. Y escuchándolo a él. He trabajado muy a fondo, sobre todo en los últimos cuatro o cinco años. Después, como era un personaje muy conocido, ha habido gente que me ha ido llamando Yo tengo eso, yo tengo aquello... Me pasaron, por ejemplo, las cintas de casete que él grabó para su autobiografía. Eso me dio el tono, hasta el punto que llegó un momento que, cuando leía las entrevistas, oía la voz. En el capítulo donde aparece una de sus mujeres, Abbe Lane, hice el mismo proceso, leyendo muchas entrevistas e imaginando cómo diría las cosas en catalán. De hecho, hay muchos momentos en los que estaba escribiendo pensando en inglés. Primero, porque una parte del libro la escribí en Estados Unidos. Y, después, porque el trasfondo de casi todo es americano. La chica que ha traducido 25 páginas del libro al inglés para llevarlo a Estados Unidos me decía que había frases que casi le salían solas.

Claro, este libro, en Estados Unidos, puede tener mucho recorrido...

Yo creo que sí. Allí y en Italia es donde Cugat tuvo más renombre, aparte de Cataluña. En Estados Unidos es una figura de la cultura popular importantísima, cualquier persona mayor de cuarenta años sabe quién es Xavier Cugat, porque tuvo una presencia constante, hasta el punto de poder ser un personaje de Los Simpson. Son estas figuras que no se sabe exactamente qué hacían, pero que te suena el nombre.

-Yo, que tengo cincuenta años, lo recuerdo más por su aspecto,por las caricaturas y los chihuahuas, que por su música. Y fue un gran músico.

-Es que eso que tú dices es la figura que tenemos cuando vuelve a Cataluña. Entonces ya es un señor mayor que es una parodia, una caricatura de sí mismo. Había dejado de actuar, porque los últimos conciertos ya eran en casinos de segunda fila de La Vegas, y cuando se llega a este punto, malo. Cugat vuelve aquí y se encuentra un país que sale del franquismo y que tiene la necesidad de oír grandes historias. Y él puede explicar historias que la gente se traga perfectamente, hablando de Rita Hayworth, de Sinatra o de Dean Martin. Crea un personaje y lo explota mucho. En TV3 lo sacan cada dos por tres, porque ven que gusta. Y si lo invitan a una calçotada en Valls, va. Mi sensación es que eso lo hace revivir. La prueba es que también, enseguida, se rodea de chicas jóvenes.

-Este es uno de los aspectos que cuesta más de tragar, con nuestra mirada de hoy: sus relaciones con mujeres jóvenes.

Xavier Cugat es un personaje muy de su tiempo, y aquel era un tiempo en el que la dominación masculina y el uso de la mujer-objeto estaba por todas partes: en el cine, en la música, en el teatro... Él, además, entiende que en Estados Unidos eso gusta, y quiere proyectar una imagen de latin lover, aunque no lo sea. Pero sí que es latino y, por lo tanto, tiene este punto exótico, incluso por la música que hace. Se casa con cada chica joven que entra en la orquesta, y después se separa. El problema es que ellas siempre tienen 18, 19, 20 años, pero él cada vez es más grande. Cuando se casa con Charo, ella tiene 17, y Cugat 64.

-Después de pasar toda una vida en Estados Unidos, elige Cataluña para venir a morir. Pero no tenía familia ni amigos. ¿Por qué toma esta decisión?

En los años 60, cuando estaba casado con Abbe Lane, venían cada verano y estaban unas semanas en S'Agaró. Cuando paseaban, la gente lo reconocía, y se formó una especie de clima propicio que tuviera ganas de volver. En Estados Unidos había acabado siendo diluido en una época en la que nadie se interesaba por él. Yo me imagino que debió pensar: mejor me muero allí... Pero, vaya, hablo como si me lo hubiera explicado, pero sólo es lo que yo me imagino, ¡¿eh?! [ríe]. De todos modos, hay una carta que escribe a un amigo de aquí en la que le pide que le busque un terreno en l'Empordà para hacer una casa. Esta carta tiene un tono bastante nostálgico. Él no había vivido en Cataluña, de hecho se marchó siendo muy pequeño, así que quizás es una nostalgia heredada de los padres.

-En el libro leemos que aspiraba a ser inmortal.

Tenía la aspiración de vivir cien años, eso de la inmortalidad es una deducción que hago yo. Y, al final, su deseo lo cumplió su hermano Enric, que nace en 1901 y muere en el 2000.

-Ni siquiera consiguió esta inmortalidad expandiendo la estirpe, porque ni él ni sus hermanos tuvieron hijos.

No, aunque uno de sus hermanos, Albert, se casó en segundas nupcias con una chica que tenía dos hijos. Pero los localicé y no quisieron saber nada. Después, está el misterio de la hermana pequeña, Regina, que no he encontrado dónde está enterrada. Supongo que en algún lugar de Cuba o Estados Unidos. Quizás un día u otro lo sabré.

-Los últimos años en Cataluña los vivió en la suite 306 del Hotel Ritz de Barcelona. Supongo que fuiste.

¡Y tanto! Pero, sobre todo, he paseado mucho por el Waldorf Astoria de Nueva York. Fui muchas veces, porque es grande como una ciudad, y puedes entrar y nadie te dice nada. Incluso entré en las salas donde había tocado con la orquesta.

-Intuyo que este libro ha sido importante para ti por muchos motivos: por el interés por el personaje, por la investigación en la Biblioteca Pública de Nueva York con la beca Cullman, por las pérdidas personales que has tenido mientras lo escribías, por el Premio Òmnium...

-Sí, es así. Mi primer libro, Pell d'armadillo, lo publiqué hace 25 años, y esta sólo es mi segunda novela. Con ella, creo que he destapado alguna cosa que tenía que ver con el hecho con escribir y, sobre todo, con cómo te ves a ti mismo como escritor. Es aquel dilema que tenemos todos los autores catalanes, de si se puede vivir de escribir. Siempre estás comprando tiempo para poder hacerlo, y con esta novela espero haber dado el paso para que la escritura, la creación y la ficción sean el centro de mi vida. Ya veremos si saldrá bien o me arrepentiré, pero, como mínimo, he hecho la apuesta. Igual que el hecho de presentarme al premio: no lo había hecho nunca, y los premios no me interesaban demasiado por el trasfondo este que tienen de que ya están dados. Pero como sabía que en este caso no era así, decidí presentarme. También ha sido la manera de acabar el libro, porque yo iba escribiendo y escribiendo... Habría podido tener 600 páginas.

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