Diari Més
Santi Juncosa Martorell

Profesor de Educación física, coordinador deportivo y entrenador de fútbol

Sociedad

«Mi vida en la Salle Reus ha sido como una película con final feliz»

La escuela La Salle ha entregado la insignia de oro a Santi Juncosa, que se jubila después de 41 años como profesor de Educación física

Juncosa este lunes en el patio de la escuela.

«Mi vida en la Salle Reus ha sido como una película con final feliz»Gerard Martí

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—Suprimer contacto con la Salle Reus no fue como profesor, sino como alumno. ¿Cómo recuerda la escuela entonces?

—Vine a la Salle el año 1963. Recuerdo el primer día como si fuera ahora, yo venía de las monjas de la Consolación, en la calle del Vent, y entrar aquí fue un cambio muy grande. Había una quincena de hermanos que iban vestidos con la sotana, y en las clases teníamos pupitres. Nos sentábamos de dos en dos y compartíamos un tintero, porque se escribía con plumilla. Tenía el profesor Herminio, a quien recuerdo arriba de la tarima, con una bata blanca, los brazos cruzados y un ademán serio. Fue un crack, después fuimos compañeros de trabajo y mis dos hijos también lo tuvieron, y toda la vida fue un 10, tengo un recuerdo muy especial.

—Después de hacer los estudios, volvió, el año 1979, con un contrato como profesor de Educación física.

—Después de quinto, me marché a Madrid, donde estuve ocho años jugando al fútbol profesional. Pero el año 1979 me lesioné y volví a Reus. Fiché por el Reus Deportiu, los colores de mi vida. También salía con Eugènia, la que hoy todavía es mi mujer, y a quien conocí con quince años. Un día, saliendo del entrenamiento, me encontré al hermano Ramon Bosch y me dijo: «Santi, me tienes que hacer un gran favor». En aquella época los profesores de educación física eran militares, y les habían prohibido hacer dos trabajos. No tenían nadie, y yo estuve encantado. Me dijeron que sólo serían doce horas semanales, y he acabado haciendo casi doce horas diarias. Pero muy contento.

—¿Cómo se entendía entonces la Educación física?

—Los niños eran encantadores, teníamos clases de 40 alumnos y no pasaba nada. Todavía más, si algún día faltaba un profesor, cogíamos a sus niños y dábamos clases de 80, y era una cosa normal. Al principio la asignatura era una maria, y yo pensaba que era muy triste. Se daba salto del potro, plínton, subir a la cuerda y hacer el paso al desfile de final de curso. De pequeño a mí eso ya no me gustaba, y pensaba que se tenía que hacer alguna cosa diferente, en cuanto|así que lo cambié. Una de mis grandes satisfacciones es ver que muchos niños y niñas después han estudiado esta profesión y están impartiendo clases o trabajando en clubs, pienso que es porque se dio valor a la asignatura. También recuerdo maestros sensacionales que antes de hacer entrevistas con los padres me venían a preguntar como veía el alumno, porque yo lo conocía fuera del aula, y mi opinión podía complementar el conocimiento sobre el niño. Eso me hacía sentir valorado y amado. Igual que con las direcciones, nunca me han preguntado qué haría.

—En 41 años la escuela ha cambiado muchísimo. Por ejemplo, al principio no había niñas. ¿Cómo recuerda la llegada de las primeras alumnas al centro?

—Las primeras que vinieron fueron las del PREU, el año 1971. Eran siete u ocho entre novecientos niños, salían al patio y todo el mundo las miraba. Todavía las recuerdo. Después, el año 1979, entraron las primeras niñas a infantil. Tengo que decir que estaban muy mimadas y yo, claro, no podía ser menos. Primero eran ocho o nueve en cada clase, ahora casi hay más niñas que niños. Incluso juegan a fútbol, y en eso fuimos pioneros en esta escuela, hecho que es un orgullo.

—Usted también ha sido coordinador deportivo de la escuela. ¿Qué recuerdos tiene?

—Yo destacaría mucho las olimpiadas escolares. Con todos los respetos, las de antes no tienen nada que ver con las de ahora. Es normal, porque entonces no había tanto de deporte, hoy día los niños están cansados de tanta competición. Ahora también es bonito, pero no se puede comparar. Y también las 12 horas de minibaloncesto, sólo ver a las familias como las montaban era impresionante.

—Usted también fue el artífice del campo de césped, que cambió completamente la fisonomía de la escuela.

—Sí, me ofrecieron la posibilidad de reaprovechar un campo que se iba a tirar, y tengo que decir que el Ayuntamiento se volcó aayudarnos. Todavía ahora, cuando veo este campo, me ilusiona y espero que dure muchos años.

—¿Qué ha supuesto para Usted recibir la insignia de oro del centro?

—Si hago números, diría que en estos 41 años he tenido más de 4.000 alumnos. Si sumamos los jugadores de fútbol que he entrenado y sus familias, las cifras se disparan. Lo que me está pasando estos días es como un sueño, como una película que hubiera pasado en uno plis-plas y que ahora acaba bien, con un final feliz. He recibido muchas llamadas de móvil y mensajes en Facebook, y nunca me lo habría imaginado. Admite que estoy muy emocionado. La Salle ha sido un anexo a mi casa, he pasado más horas que en casa. Justamente por eso pienso que es hora de hacer un reconocimiento a mi familia, a, mi mujer y mis hijos, que nunca me han puesto ni una pega, todo al contrario, han sido todo facilidades. Es hora de hacerles un reconocimiento público porque se lo merecen.

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