Diari Més

Danza

Nueve mujeres y un grito ritual a cielo abierto

Ritmo, cuerpo y emoción en el Camp de Mart con ‘Sonoma’, de La Veronal

Les nueve bailarinas de La Veronal saludando al finalizar la representación de ‘Sonoma’, el sábado en el Teatre Auditori del Camp de Mart.

Les nueve bailarinas de La Veronal saludando al finalizar la representación de ‘Sonoma’, el sábado en el Teatre Auditori del Camp de Mart.Diario Más

Joan Lizano Rué

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El pasado sábado, el Camp de Mart de Tarragona acogió Sonoma, de La Veronal, una de las propuestas más potentes del festival de este verano. Dirigida por Marcos Morau, la pieza llenó el escenario de movimiento preciso, simbología intensa y una carga emocional muy alta. Nueve bailarinas condujeron al público durante una hora y cuarto de danza cargada de ritmo, gritos, sonidos e imágenes impactantes. La ovación final fue rotunda: casi todo el mundo en pie, con bravos, largos aplausos y silbidos de agradecimiento.

Sonoma es una creación radical y poderosa que combina danza, teatralidad, música y escenografía para explorar los límites del cuerpo y el sonido. El título, inventado, evoca el 'soma' griego (cuerpo), el 'sonum' latino (sonido) y la luna como símbolo femenino. Todo en escena remite a un universo donde el cuerpo es lenguaje y la voz se convierte en materia, como sucede en el nuestro. Morau —referente absoluto de la danza contemporánea— parte aquí de una pieza anterior para el Ballet de Lorraine y la hace crecer hasta convertirla en una gran experiencia.

La escenografía, sencilla pero muy efectiva, situaba una gran cruz en el centro y paneles blancos a los lados. Pronto aparecieron las nueve intérpretes, con faldas largas que rozaban el suelo y las hacían parecer figuras flotantes. El movimiento era preciso e hipnótico. Una voz en off en francés, con subtítulos al pie del escenario, recitaba bienaventuranzas contemporáneas: para quienes luchan, para quienes encuentran cuidados, para los supervivientes. Una de las bailarinas asumía sutilmente ese papel. La escena se convertía en una especie de ceremonia laica.

Los cambios de ritmo y vestuario marcaban las distintas partes de la obra. En una sección, las intérpretes llevaban faldas negras, mangas blancas y el rostro cubierto. Se movían como un ciempiés, con una coordinación extraordinariamente escalofriante. En otro momento, dos llevaban grandes cabezas de anciana, y el resto manipulaba cajas que funcionaban como objetos rituales. También aparecían sombreros negros de corte folclórico. La obra jugaba con referentes religiosos, tradicionales y femeninos, pero desde una mirada contemporánea.

El sonido tenía un papel fundamental. Había gritos, respiraciones, sonidos guturales y percusión corporal. En un momento, las campanas grabadas coincidieron con las de la Catedral, creando un efecto inesperado. El juego de luces reforzaba constantemente la tensión: oscuridad, estallidos rojos, contrastes marcados. Todo era intenso y altamente expresivo.

También había momentos de pausa: la música se atenuaba, las luces se volvían tenues y las bailarinas parecían suspendidas en otro plano. Pero la calma nunca duraba demasiado. Con luz roja y gestos quebrados, volvía la energía. En una escena aparecía un hombre muy alto y sin cabeza, al que le colocaban una bola de luz, como gesto de burla o venganza. Al final, todas vestidas de blanco virginal, bailaban solas y en grupo mientras sonaban piezas de Debussy y Wagner.

La última escena fue contundente: las nueve bailarinas golpeaban tambores mientras gritaban con fuerza. Una reivindicación que no dejaba indiferente. Sonoma no es un espectáculo fácil ni ligero, pero sí una propuesta intensa que confirma la potencia escénica de La Veronal y la vigencia de su mensaje. El público lo agradeció con una larga ovación, bravos y casi todo el mundo en pie. Noches como esta evidencian que Tarragona, cuando apuesta por programar con ambición y calidad, puede ofrecer experiencias culturales de primer nivel.

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