Un 20 de noviembre con sentimientos encontrados
«Muchas gracias a todos por estar aquí hoy con nosotros para la conmemoración de la muerte de Franco que marcó el final simbólico de la dictadura y el arranque del proceso que desembocó en el regreso de la democracia». La frase entrecomillada bien podría ser la que usarán en estas semanas muchos de nuestros representantes políticos en las reuniones, conferencias o actos convocados para recordar el 20 de noviembre, una fecha que el calendario nos lleva a 1975 pero que hoy, 50 años después, nos confunde con sentimientos encontrados.
¿Qué significa realmente el 20 de noviembre de 1975 a día de hoy?
Sí, todos sabemos que esa fecha nos lleva a un año desde el que ya ha transcurrido medio siglo de nuestra historia contemporánea representando luz y sombra. Para unos los abismos más profundos abiertos a causa de una guerra fratricida, para otros las horas más felices de nuestras vidas durante el proceso constituyente, la Movida Madrileña de los 80 y los Juegos Olímpicos de Barcelona y la Expo Universal de Sevilla en 1992, pero nadie desea obviar su significado, ya sea desde una perspectiva constructiva o desde una interpretación destructiva. Es así como la historia nos condena a una suerte de suplicio de Prometeo como cantaba Miguel de Unamuno:
Este buitre voraz de ceño torvo
que me devora las entrañas fiero
y es mi único constante compañero
labra mis penas con su pico corvo.
Dejemos, pues, que sean los historiadores, los arqueólogos, los antropólogos, los científicos, en definitiva, quienes nos aporten la verdad o al menos nos acerquen a una luz cierta, sin sombras que nos estanquen en dudas hirientes sobre los hechos históricos que ya forman parte de la historia de España. Huyamos, pues, de la ideologización de la historia. No hay, en verdad, ‘humanidad’ en la acción y efecto de ideologizar puesto que imbuir ideologías ideologizándolas conduce a lo absurdo.
Y esa apreciación es igualmente pertinente a mi modo de ver cuando día a día, de forma progresiva, los medios de información cotidianos, nacionales o internacionales, nos sorprenden con controversias sobre las cosas públicas cada vez más extremistas que hacen de la sensatez una necesidad prioritaria, urgente añadiría, pues tan dolorosa puede ser la prohibición del vínculo emocional que contempla nuestro ser con el suelo en el que nacemos y vivimos como onerosa la gratuidad expansiva del mismo por explicaciones basadas en efímeras negociaciones políticas. Y digo «efímeras» porque los arrebatos políticos son pasajeros, aunque puedan generar derechos en el tiempo. Y de nada sirve la retórica, esa tediosa disciplina que se dedica tanto a la construcción de discursos persuasivos eficaces como a la teorización sobre el modo como se consiguen estos discursos.
Sin duda, hoy en 2025, hay otros asuntos que nos conciernen de forma inmediata y que precisan de una imperiosa reflexión si nuestro sincero objetivo como colectividad es promover una sociedad justa y amable con la diversidad que en pleno siglo XXI nos rodea y pertenece. La complicidad política frente a la corrupción es quizás el desorden institucional más doloroso a la hora de valorar a nuestros representantes en las cámaras parlamentarias. Si como consecuencia de determinadas actitudes de algunos de ellos, cualquiera que sea su pertenencia partidista, se rompe la armonía social a causa de ese vicio, nos podemos preguntar: ¿qué se hace necesario para que las aguas vuelvan a su cauce?
¿Es pues imperioso igualmente restaurar la necesaria armonía política en nuestro caso para superar esta fase tormentosa que corroe nuestras instituciones? Un popular refrán nos recuerda que el infierno está lleno de buenas intenciones; por ello no basta con tener buenos propósitos o deseos, sino que es necesario actuar para que estos se conviertan en realidad. En estos momentos ya se estaría consolidando una demanda social muy sólida para la regeneración política. La opinión pública está siendo muy categórica en este sentido. El mensaje lanzado es claro. Y ahora es el momento de actuar por parte de todos. Precisamente una buena gobernanza de nuestras instituciones públicas solamente se obtendrá mediante una gestión eficiente de los asuntos públicos y los recursos comunes, de manera justa y transparente, sin abuso ni corrupción, y con pleno respeto a la voluntad soberana expresada en las urnas.
Como dijo recientemente el Presidente de la República Federal de Alemania, Frank-Walter Steinmeier, con ocasión de la conmemoración del 9 de noviembre como una fecha clave para recordar casi un siglo entero de la historia alemana, que lo es también de la europea y, sin duda, de la mundial, atravesada por dos grandes guerras y la caída del muro de Berlín, «la paz y la democracia, una vez arduamente conquistadas, nunca están garantizadas para siempre».
Son no pocas las citas que podríamos extraer del discurso del presidente alemán en el Schloss Bellevue, pero mutatis mutandis yo veo reflejados en él muchos de los desafíos que se nos interponen a nosotros, con sus propias contradicciones, a la hora de valorar nuestro presente en este 50 cumpleaños de nuestra democracia. Una democracia que nadie duda ya que está bajo presión. Copio-y-pego para que no quepan dudas de las equivalencias: “Populistas y extremistas ridiculizan las instituciones democráticas, envenenan nuestros debates y comercian con el miedo”. A ello permítame el amable lector que anteponga que la gran mayoría de las personas en nuestro país quiere vivir en democracia y libertad y cabe apoyarse en nuestra experiencia democrática, aunque pueda catalogarse de inmadura todavía, así como en nuestro éxito como comunidad única que muchas personas defienden.
Velar por el Estado de Derecho es decisivo para la defensa de la democracia. «No es casualidad -apunta Steinmeier- que los ataques a la democracia a menudo comiencen con ataques a la justicia (…). Por eso es importante que intervengamos unidos y decididos en cuanto se cuestione la independencia y la legitimidad de la justicia». Todos deberíamos ser conscientes de que no podemos ser ambiguos en este tipo de cuestiones. No podemos ser neutrales cuando se trata de respetar los valores y principios que dan fundamento a nuestra Constitución. Hay que defenderlos. Esa claridad de acción debería guiar a todos los partidos democráticos. Sí, se nos dice ad nauseam en todos los medios que la principal carga de esta tarea corresponde a las fuerzas políticas de centro-derecha. Y esa carga pesa mucho. «Pero» –y copio-y-pego de nuevo- «no llevan la responsabilidad solos. Dirigiéndome explícitamente a las fuerzas políticas de centro-izquierda, añado: también ustedes tienen responsabilidad. La llamo la responsabilidad de la medida correcta. Aprovechar cada ocasión para desacreditar declaraciones incómodas como de extrema derecha; incluso insinuar que el centro-derecha comparte un campo con los extremistas de derecha, no solo es imprudente; con ello ustedes mismos sacuden de otra manera el muro de contención. Es peligroso que temas como migración y seguridad no puedan discutirse porque inmediatamente se lanza una acusación de racismo. Eso significaría dejar la hegemonía de esos temas al extremo derecho, temas que preocupan e inquietan a la sociedad». ¡Eso no debe suceder! –subraya Frank-Walter Steinmeier- y quien suscribe está de acuerdo.