La escasez como coartada
«Si hay una salvación posible de este mundo es recuperar la idea de escasez», ha sentenciado recientemente Antonio Muñoz Molina en una entrevista en El País. La frase, que podría parecer una invitación a la sobriedad, refleja en realidad el planteamiento de buena parte de las voces políticas, intelectuales y culturales de la izquierda: santificar la escasez, revestirla de un halo virtuoso y convertirla en el bien superior al que debe orientarse la vida personal y social. De ese modo, imponen la carencia a la mayoría mientras acaparan la abundancia y los privilegios para ellos y los suyos.
La realidad lo desmiente con situaciones que no admiten réplica. En la Cuba de los Castro y de Díaz-Canel, la penuria cotidiana se convierte en epopeya oficial mientras la cúpula del Partido disfruta de privilegios sustraídos a la población. En la Venezuela de Chávez y Maduro, el país con las mayores reservas de petróleo del planeta, la escasez de alimentos y medicinas marca la vida diaria mientras la élite bolivariana se enriquece impúdicamente. En la Nicaragua de Ortega, la represión política se entrelaza con una economía arrasada. El guion se repite: privación para la mayoría, abundancia y privilegios para unos pocos.
En Europa, la mayoría de países han optado por gobiernos de centroderecha o coaliciones moderadas. España constituye una circunstancia inusual, al ser uno de los pocos países con un gobierno que insiste en recetas ya superadas en el continente. Con este gobierno de izquierdas, España no avanza, sino que se endeuda, se empobrece y se fragmenta mientras quienes gobiernan pregonan una prosperidad ficticia. La deuda pública roza los 1,7 billones de euros —el 103,4 % del PIB, según el Banco de España—; el paro juvenil alcanza el 25,3 %, el más alto de la Unión Europea junto con Rumanía; y el desempleo femenino supera el 11,7 %, muy por encima de la media comunitaria. Más de una cuarta parte de la población vive en riesgo de pobreza o exclusión social, y la pobreza infantil afecta ya a uno de cada tres menores. A ello se suma una recaudación fiscal desorbitada —170 000 millones de euros más desde 2018— que no ha supuesto mejora alguna en los servicios públicos.
Ese deterioro se palpa en lo cotidiano. El acceso a la vivienda constituye hoy el mayor desafío, tras un encarecimiento del 55 % desde 2018. El apagón eléctrico de abril de 2025 dejó sin suministro a todo un país y evidenció la vulnerabilidad de este servicio esencial. El sistema ferroviario acumula retrasos y averías, agravados por una atención deplorable a los viajeros. Los incendios forestales se multiplican sin estrategia nacional capaz de prevenirlos y contenerlos. La educación, otro eslabón de esta cadena de deterioro, sufre una desigualdad territorial que corroe la igualdad de oportunidades y amenaza el futuro de una generación.
Frente a esta deriva empobrecedora en lo material y, sobre todo, en lo espiritual, se alzan la libertad, los derechos individuales, el imperio de la ley y la prosperidad de todos los ciudadanos. Allí donde se respetan la propiedad privada, la iniciativa personal y la seguridad jurídica, florecen la educación, el empleo, la innovación, la solidaridad y el bienestar. La política que impone la privación como propósito no solo empobrece la economía, sino que sofoca el desarrollo personal. Gobernar desde y para la escasez apaga la esperanza y desfigura la grandeza de la persona, llamada no a sobrevivir a duras penas, sino a crecer, a crear y a compartir. La justicia no consiste en repartir miseria, sino en ensanchar horizontes de plenitud para que cada uno pueda llegar a ser lo que está llamado a ser.
Quienes creemos que cada vida tiene un valor único —una vocación, una responsabilidad, una promesa— no podemos aceptar que se imponga la escasez como ideal. La prosperidad no es un privilegio reservado a unos pocos ni una utopía ingenua: es una exigencia moral. No alcanzo a entender cómo alguien puede presentar la austeridad impuesta como programa político y social de futuro. Ni España ni el mundo necesitan esa pobreza revestida de virtud; nuestro tiempo exige, más bien, abrir caminos de libertad y prosperidad sin rebajar las expectativas, confiando en la capacidad creadora y solidaria de cada individuo. La conciencia de lo valioso nos obliga a preservar aquello que multiplica la vida y la esperanza: la libertad, la responsabilidad y una prosperidad común.