Opinió
El bolígrafo de gel rojo
El otro día, mientras esperaba a mi nieto agarrado en la valla del colegio, un padre se colocó a mi lado y comenzó a despotricar. Se preguntaba en voz alta qué estaban haciendo mal, lamentando que en su época también trabajaban los dos progenitores y las cosas parecían funcionar mejor. Pretendo explicárselo a través de estas líneas.
Las generaciones cambian a gran velocidad y la que viene se anuncia compleja. Hoy, un niño patea el asiento de un avión y, cuando la azafata le llama la atención, la madre replica que no le regañe porque educan a su hijo en la “cultura del no”.
Todo esto me lleva a la reciente polémica sobre el bolígrafo de gel rojo, que algunos consideran inapropiado para corregir exámenes debido al estrés que genera en los niños. En mi época, los suspensos llegaban escritos con Bic Cristal y subrayados en rojo, color de las banderas de China o la antigua Unión Soviética.
Recuerdo un día que llegué a casa con el seis de corazones y dos rayas rojas de mal comportamiento en el boletín. Sabía que me esperaba una bronca monumental. Me pregunto si el color del bolígrafo hubiera cambiado en algo mi pánico al saber que iba a decepcionar a mi padre.
Muchos padres hiperprotectores viven con la ilusión de que sus hijos valorarán algún día el esfuerzo que hacen por ellos. Pero las reacciones suelen ser muy distintas, los ven débiles e incapaces de corregirlos. La escritora y periodista Eva Millet, en un artículo publicado en la Revista de la Asociación Española de Neuropsiquiatría, llama a este fenómeno ‘padres helicóptero’. En el norte, se les conoce como “padres quitanieves”: en lugar de preparar a sus hijos para el camino, preparan el camino para ellos.
También están las feroces ‘madres tigre’, los ‘padres mánager’ que no admiten otras instrucciones que las suyas y los ‘padres bocadillo’, esos que persiguen a sus hijos por el parque con un bocata en la mano esperando que le den un mordisquito.
La idea del hijo perfecto responde a las proyecciones de los padres y tiene sus raíces en las clases medias y altas de Norteamérica. El fenómeno del ‘hyperchildren’ se detectó en las universidades estadounidenses a principios de este siglo, cuando los millennials llegaron acompañados de sus padres que pretendían estar presentes en las entrevistas de admisión.
No soy capaz de enumerar todos los males que esta forma de educar puede traer consigo, pero Millet advierte que convierte la infancia y la adolescencia en campos de entrenamiento donde los niños deben ser los mejores en todo, alejándolos de lo feo y lo difícil y sin proporcionarles herramientas para enfrentarse a la frustración.
Una profesora, que ha dedicado su vida a esos pequeños seres portadores de la magia, asegura que la profesión del futuro será la de psicólogo, porque los padres «están como macetas». Le ofrecieron participar como mediadora en el grupo de WhatsApp de los padres, pero respondió que no hay oro en el mundo que la convenza.
Vivimos tiempos inquietantes. Europa respira un aire prebélico. La Guerra Fría funcionó mientras los bloques eran enemigos; el miedo ahora es que se hagan amigos. Hoy nos recomiendan tener en casa un equipo de supervivencia, se habla del retorno del servicio militar obligatorio y, con cada revolución como la industrial o la tecnológica, el costo para la humanidad siempre ha sido muy alto. Tal vez, cuando llegue el momento, habrá que llevarlos de la mano a la guerra para que no se olviden el casco.