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Tribuna

Más allá de las 37,5 horas

Secretario General del Sindicato de Trabajadores (STR)

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Tras la reciente investidura y todo el ruido mediático generado, es momento de analizar los acuerdos que afectan directamente a la clase trabajadora. Entre estos, destaca la propuesta de reducir la jornada laboral a 37,5 horas semanales. Esta medida ha generado reacciones variadas, incluyendo preocupaciones por parte de algunas empresas sobre el impacto en sus operaciones y la posibilidad de trasladar inversiones fuera del país.

Estaría bien que estas empresas concretaran a que países trasladarían su producción, teniendo en cuenta que los más avanzados de nuestro entorno nos llevan la delantera en este tema. Como Francia, que tiene establecidas las 35 horas desde hace más de 20 años. O Alemania, Países Bajos, Dinamarca, Austria, Finlandia, Bélgica, Suiza, Irlanda y Noruega, donde se trabajan esas 35 horas o menos. En el siempre liberal Reino Unido, se mueven en torno a las 37. En el otro extremo, tenemos a Serbia, Portugal, Grecia, Eslovenia o Polonia, todos ellos por encima de las 40 horas.

No hace falta ser un gran analista geoeconómico para entender que estamos hablando de algo que va más allá del número de horas trabajadas. Menos horas no tiene que significar menos productividad ni, y esa es la clave, menos valor. Los países y modelos económicos que están a un lado y al otro de las 40 horas lo dejan muy claro. La elección correcta parece evidente.

Más allá de cuestiones de competitividad, la reducción de la jornada laboral y la racionalización de los horarios tiene un impacto fundamental en la conciliación de la vida familiar y, en general, en el bienestar social y la salud mental. Tenemos que superar la cultura del presencialismo en la medida que sea posible, es una inversión con retorno, pero ya sabemos que las resistencias son grandes.

Capítulo aparte merecen las horas extra. Todavía hay demasiadas empresas que, o bien no las pagan, o bien superan el límite de las 80 anuales, sin olvidar que su carácter es netamente voluntario. Ya sabemos que esto va por barrios -o por sectores- pero todavía quedan demasiados reductos en los que exigir su pago o negarse a hacerlas provoca que a quien da ese paso se le asigne la etiqueta de no tener compromiso o, incluso, ser conflictivo. Lo que automáticamente supone comprar demasiados números en la tómbola del despido o la marginación, cuando, simplemente, se está defendiendo un derecho básico. Y un dato: las horas extras no pagadas impidieron crear 64.490 empleos en España en el segundo trimestre de 2023, algo imperdonable con nuestros niveles de paro.

En definitiva, bienvenida sea -si se lleva a la práctica- la reducción de la jornada laboral a las 37,5 horas semanales. Pero necesitamos más. Es indispensable un profundo cambio cultural y estructural sobre los horarios laborales. Desde el Sindicato de Trabajadores, como siempre, estaremos ahí.

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