Diari Més

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Un tío mío se ha ido a ese lugar donde ya no pagas IBI, ni soplas más velas, porque no hay ni cirios, ni soplido. El tío tenía uno de esospickupsDual con discos de Palito Ortega, Gigliola Cinquetti o Enric, Wind & Fairy. En la caja de los singles también había un LP de marchas militares con canciones como el Novio de la Muerte o aquel ardor guerrero que no lo provocaba el Chartreuse. Y allá por casa rodaban los discos hasta que unos amigos, que eran más íberos que un «cupero» de Olot, vinieron a una «cena de picoteo». Con la primera cerveza, lo que debes hacer cuando estás en casa de un amigo es mirar los libros y discos que tiene en la estantería. Y, claro, «Moisés, ¿tú tienes un disco de legionarios?». Se escuchó un estruendo, se abrió el suelo y apareció un señor con cuernos que no venía de «La isla de las tentaciones». Me preguntó si bajaba ya o esperaba al nuevo referéndum, mientras los amigos se marchaban con un portazo. Entonces tuve una tentación prohibida: volver a sentir el himno de Infantería, que me puso nostálgico porque recordé con una lagrimita cuando bailábamos con el fusil en la URV de la avenida Catalunya, hace cuarenta años. Total, que cada mañana ponía ese himno mientras cantaba y hacía limpieza. Los vecinos me dejaron de hablar y la ANC me excomulgó. Finalmente, decidí ir al faro para tirar al mar el origen de mis desgracias, mirando a ambos lados para que el Cruset no me viera. Contemplé con una lagrimita cómo el disco navegaba en dirección a Mallorca mientras el agua se tragaba la cabra y apagaba el ardor. Han pasado ya seis años y el otro día escuché cantar por la calle a un conocido pescador del Serallo «Nadieee en el terciooo sabíaaaa...».

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