Diari Més

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He visto en las noticias que ha nacido un nuevo negocio relacionado con el reparto. No, no hablo del referéndum, ni del campechano. Se trata de enviar a domicilio los productos que hay dentro de unos supermercados que han reabierto a tal fin. La gracia del asunto -desgracia para muchos- es que el cliente tendrá la compra en casa... ¡en diez minutos! ¡Increíble! Aquí sólo podríamos hacerlo si el súper estuviera en Farena. Lo que sería imposible es si quien coge el teléfono tartamudea, porque gastarías los diez minutos pidiendo, como cuando llamas a una administración «si llama para conocer su jubilación, pulse 0» En un principio me ha alegrado que los repartidores tuvieran una nómina, que los negocios se reflotaran y que el cliente estuviera contento. Pero en las redes me han quemado como a San Lorenzo. La indignación es general: «¿Te llevan la compra en diez minutos?» «¡Ya puede caer un meteorito y extinguir a la humanidad!» He recordado que oí lo mismo cuando vinieron los primeros móviles o cómo un vecino insultaba al TomTom, «¿este aparato me tiene que decir por dónde ir?». El primer smartwatch que tuve generó también indignación: «¡qué gilipollada!». En 1995 compré un Apple Newton, la primera PDA que existió: reconocía la letra escrita a mano y enviaba faxes. Tenía que esconderme para que no blasfemaran. ¿Por qué hay gente a la que le molesta que una empresa te envíe en diez minutos, o al día siguiente, algo que has comprado por internet? ¿Quizás consideran que es mejor esperar un mes y medio que venga de China? ¿Quizás es mejor ir a un comercio, que te digan que no lo tienen, «te lo pedimos» y que les llegue a ellos al día siguiente? Quedarse en la puerta del negocio insultando a Amazon no es una buena forma de reinventarse. ¡Pensad algo, hombre! ¡Tenéis diez minutos!

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