Diari Més

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He quedado harto de política, así que os explicaré cositas que no os hagan pensar mucho. Por ejemplo, el fenómeno de la barba. De joven me di cuenta de que tenía cara de cura de pueblo de los años sesenta, y hace unos años, cuando ya parecía un obispo de los setenta, decidí dejarme la barba que veis acompañando estas letras. Con la cara rasurada, incluso los niños me toman el pelo y Hacienda el «cuero cabelludo», que salían en las novelas de Marcial Lafuente Estefanía. ¿Lo recordaís? Este hombre -que también se dejó bigote y perilla una temporada- se podía haber casado con Corín Tellado, y ya hubiesen tenido toda la audiencia de los dos sexos, cuando todavía sólo había dos sexos.

Pero cuando te miras al espejo y dices: «¡Mira! Con barba parezco más respetable», empieza la aventura. Si la cortas toda uniforme eres el Algarrobo del Curro Jiménez, el Ábalos o Junqueras. Y como tengo cara de pan de kilo, no me conviene. También soy fan de Karl Marx, pero aquella barba es demasiado descuidadita y no creo que te den un crédito en Caixabank. Aunque me ha dicho un amigo que sin barba ahora tampoco te lo dan. Para tener una barba como aquel cocinero de TV3 del «Joc de Cartes», tienes que dedicar medio día a lavarla, recortarla, perfumarla… Porque, si te descuidas, en un cuarto de hora te conviertes en Tom Hanks en «Náufrago». Al volver de una barbería de hípsters gafapastas, la mujer me preguntó «¿Quién es usted?». Así que encargué un estudio al departamento de matemáticas de la URV, y han llegado a la conclusión que la perilla es a 12 milímetros, la mejilla al 6 y el bigote al 3. Le he preguntado a mi pareja «Què, ¿Cómo lo ves, cariño? He pedido el divorcio, dice que me parezco a Mariano Rajoy.

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