Diari Més

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Hoy os dejo echar un ojo a mi diario personal. Después de dejar de cortejar con el Times en 1999, entré en el RACC de Barcelona, un lugar muy contemplado por los conductores porque hay un radar, y claro, a 50 en una vía de seis carriles, lo único que puedes hacer es mirar el paisaje. Después de mucho trabajo de investigación, encontré un piso más o menos digno (la segunda opción es la correcta) para vivir.

El 21 de noviembre del 2000, un camión me llevaba todo lo que tenía hacia el barrio de Collblanc, en la capital catalana (no sé por qué le llamarán así a Barcelona, cuando todo el mundo sabe que es Riudoms). Al mediodía ya me había instalado en aquel confesionario de la calle Vallparda. Los vecinos eran lo mejorcito de la sociedad y teníamos una disco caribeña abajo. En aquel momento, añoré al Barón de las IV Torres y a los tranquilos vecinos de los chalets de la plaza de la Salle. Pero yo, que había estado en dos atentados terroristas en la petroquímica de Tarragona, en 1987 y 1990, pensaba que estaría más seguro oyendo el «Ojalá que llueva café en el campo» de la discoteca vecina que rodeado de chimeneas. Aquella primera noche en Collblanc oí una enorme explosión y los cristales del piso temblaron como si les hubiese entrado frío de repente. ETA había hecho explotar un coche bomba en la carretera de Collblanc, a unos 200 metros de mi nueva casa, y a unos 300 de donde habían asesinado a Ernest Lluch mientras yo vaciaba las cajas. Cuando, años antes, había fotografiado a Ruiz Mateos en la cárcel, o visitado las Torres Gemelas de NY, pensé que había tenido la suerte de conocer la historia de cerca. Aquella primera noche en Barcelona también fui testigo del hecho que abría todos los informativos, pero no era una suerte, era una desgracia.

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