Diari Més

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El viernes me despertó una música festiva. Aún no eran las ocho de la mañana y por mi calle, habitualmente tranquila, corrían majorettes, una batucada y los gigantes. Desperté a mi mujer y me contestó medio dormida que cada vez que la Nuri -una amiga- me regala una botella de whisky, empiezo a ver cosas extrañas. Como el año pasado, que creí que Ballesteros y Joan Miquel Nadal habían fundado un partido, Junts x PSC, y mandaban en el Circo de la Font. Pero no, esta vez sí que pasaba algo. Se empezó a montar un escenario, como aquel del Tsunami en la frontera de Francia, pero sin policías. Llamaron al telefonillo y una voz de hombre me pidió si podía bajar bien arreglado. Al llegar a la puerta, una nube de fotógrafos me deslumbró con sus flashes mientras me acompañaban al escenario. La gente se reía porque iba todo entrajao, con corbata, pero todavía con los pantalones del pijama. En el escenario estaba el presidente que es vicepresidente cuando no hay presidente y me puso una banda de míster mientras anunciaba que yo era el primer autónomo en cobrar los 2.000 euros de la ayuda a los pobres. Se dio la vuelta hacia un mosso que tenía una bolsa con monedas de oro y me la dio. Volví a subir a casa con el saco con las dos mil monedas, una banda amarilla en el pecho, un ramo de flores y el rímel corrido, llorando de emoción. Detrás de mí, la Escolanía de Montserrat cantaba Els Segadors solemnemente. Por las escaleras oí a mi vecino Roger que criticaba por lo bajini: «¡Qué vergüenza de hombre!». Sí, señores, ¡He cobrado! Así que, durante tres días, los mandamientos los escribirá mi mujer, a mi me encontrarán en una cuneta… tranquilos, sólo estaré borracho.

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