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Del Ebro al mundo: memoria viva de un niño de Tortosa

Arturo Gaya acaba de publicar ‘Estic fent història’ (Cossetània), una recopilación de recuerdos personales que son el retrato de una generación

l músico y periodista Arturo Gaya este lunes en Tarragona.

l músico y periodista Arturo Gaya este lunes en Tarragona.Gerard Martí

Cristina Serret
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Sólo empezar su nuevo libro, el músico y periodista Arturo Gaya ya explica que, de pequeño, se oía «un niño importante» porque la banda de música tocaba, cada 3 de septiembre, coincidiendo con su cumpleaños, bajo su balcón. 

Esta historia y el porqué de aquel homenaje musical son el punto de partida de una cuarentena de «relatos escritos a partir de la memoria» en que el músico desgrana recuerdos de vida, desde su infancia en Tortosa hasta el cambio de siglo, que lo coge ya adulto, con una trayectoria musical y periodística consolidada. Estic fent història está escrito con agilidad de periodista, sensibilidad de músico e ironía de tortosino.

En el libro, que se lee de una serie, Gaya recuerda con un deje de nostalgia la infancia en Tortosa con anécdotas como la llegada del primer coche en casa –hasta entonces los cuatro miembros de la familia viajaban con una Lambretta-, la disparatada manera como el padre, sastre de profesión, consiguió el carnet de conducir a cambio de arreglar uno descosido, o como la educación recibida al colegio de los Josepets le despertó el sentimiento de lucha pacífica. Todos los recuerdos, explica Gaya, «son experiencias personales, pero con el añadido que tienen un interés colectivo».

El autor de estos relatos nació en 1956. «Cuando tenía diez años, yo todavía no sabía quién era Franco», escribe en el capítulo donde relata la visita del dictador a Tortosa para inaugurar el monumento que tenía que conmemorar los 25 años de paz.

A pesar de la dictadura, Gaya recuerda haber tenido «una infancia feliz» y una juventud marcada por el compromiso político y social, con episodios como cuando se va declara objetor de conciencia o el día que un policía, «vestido de gris», picó en su casa para llevárselo en comisaría, con el correspondiente susto de la madre, que es quien le abrió la puerta.

Les memorias de Gaya, como no podían ser de otra manera, también hablan de música y de aquel niño que, con sólo ocho años, escuchaba los Rolling y los Beatles, pero también de aquel niño que, obligado a hacer de carabina de su hermana, se daba un hartón de escuchar al Dúo Dinámico y que descubrió Josep Guardiola porque era quien cantaba la canción de su serie preferida: Bonanza.

El libro también es una recopilación de memoria geográfica, con capítulos dedicados a la creación del apelativo Terres de l'Ebre para definir las comarcas del sur, o a recordar cómo era la vida en el Delta antes de la llegada del turismo.

Les memorias de Gaya repasan también los proyectos musicales con La Cucafera o Quico el Cèlio, el Noi i el Mut de Ferreries. «En una época en que yo tenía un grupo de pop-rock, el padre me cantaba canciones de un tal Quico el Cèlio, que era un hombre ciego que, cuando él era pequeño, picaba en las casas y cantaba canciones a cambio de una limosna».

La influencia del padre –a quien Arturo llama afectuosamente lo sastre Gaya- se intuye profunda en los años de infancia y juventud –con un capítulo extraordinario en que el hijo pregunta al padre si durante la guerra civil mató alguien y este le responde con una sinceridad que provoca carcajadas y ternura a partes iguales. Es lo sastre Gaya, también, quién cierra el libro con su muerte, en marzo del año 2000, perdiéndose de esta manera una de sus grandes ilusiones: vivir el cambio de milenio.

«La muerte del padre me sirvió para decidir dónde acababa la recopilación de memorias. Pero también me fue bien acabarlas justo allí, porque este siglo XXI todavía no lo he acabado de digerir. No lo entiendo», afirma rotundo al escritor. Entre las cosas que más lo preocupan, admite, está «la falta de memoria». «Estoy viendo cosas que me superan», asegura.

Ahora, con más de media vida escrita en papel, Arturo admite que, cuando mira atrás, se siente satisfecho: «Mi generación fuimos unos privilegiados. Es cierto que pasamos el franquismo, pero también la transición, que fue una explosión de libertades y de descubrir cosas nuevas».

«Lo que he vivido hasta ahora lo considero un privilegio», concluye satisfecho.

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