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Del Mambo a la tragedia, Dudamel enciende el Liceu

El Gran Teatre vibra con una versión en concierto de ‘West Side Story’, la obra maestra de Bernstein, encabezada por Nadine Sierra y Juan Diego Flórez

La orquesta y el coro del Liceo, con Juan Diego Flórez, Nadine Sierra y Gustavo Dudamel

La orquesta y el coro del Liceo, con Juan Diego Flórez, Nadine Sierra y Gustavo DudamelGTdL

Joan Lizano Rué

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Hay conciertos que dejan huella, y el del pasado jueves 31 de julio en el Gran Teatre del Liceu, con Gustavo Dudamel dirigiendo de memoria West Side Story, es uno. Con la orquesta y el corazón|coro del teatro entregados a una partitura que late jazz, clásica y Broadway a partes iguales, esta versión en formato concierto de la obra magna de Leonard Bernstein ofreció una velada cargada de energía, elegancia y momentos de emoción pura.

Desde el primer número, con los cinco Jets en escena y un vestuario de frac que rompía con la estética urbana habitual, se intuyó que no estábamos ante una representación cualquiera. El sonido era sólido, compactado por una orquesta en plena forma y por una batuta entusiasta que sabía extraer de cada pasaje la tensión y la sutileza requeridas. Hubo pequeños desajustes, como algún acento poco acertado o alguna trompeta despistada, pero la energía colectiva lo compensaba con creces.

El debut de Juan Diego Flórez como Tony fue notable, con uno Maria entregado y efectista, a pesar de la sobreactuación como joven enamorado. Su voz, a pesar de estar amplificada, lucía en los agudos y conectaba con el público, que respondió con bravos efusivos. Ahora bien, la estrella indiscutible de la velada fue Nadine Sierra

Su Maria era de luz propia: voz cristalina, proyección imponente y una capacidad escénica que trasladaba la emoción más íntima sin artificios|. En cada número en que aparecía, su presencia absorbía la escena; y en momentos como I feel pretty o A boy like that ratificó su lugar entre las grandes voces del momento.

Uno de los puntos álgidos llegó con America, donde el reparto femenino, reforzado por el coro del Liceu y la dirección casi coreográfica del mismo Dudamel, hizo vibrar la sala. 

Aquí hace falta destacar la participación de la mezzosoprano Tànit Bono, natural de Riudoms, que formaba parte de este cuerpo latino con una entrega vocal y escénica que reforzó la vivacidad del número y dejó huella en la dinámica colectiva.

Su trayectoria, que abarca escenarios de toda Europa y producciones de gran nivel, sumaba un nuevo paso en firme al Liceu, ahora como aparte de un proyecto tan simbólico y de calidad como este.

La magia efímera de un sueño roto

El concierto no sólo fue una exhibición musical, sino también un homenaje. En un gesto emotivo, la función se dedicó al director escénico Bob Wilson, muerto aquel mismo día, que colaboró con el Gran Teatro en tres producciones. En este contexto, la música tomaba un carácter más simbólico, y Dudamel, cómplice y librado, dirigía como si fuera una celebración vital.

Con Tonight, con los coros masculinos repartidos a ambos lados y las mujeres en el centro, se alcanzó uno de los momentos de máxima potencia sonora y emocional. La energía era palpable, y a pesar de alguna pequeña descoordinación en los interludios, la orquesta mantenía la tensión narrativa viva. Los solistas de cuerda, especialmente el concertino y el violoncelista, se lucieron con sensibilidad exquisita.

La gran sorpresa llegó con Somewhere, interpretado por una figura inesperada: la soprano Sondra Radvanovsky, vestida de blanco inmaculado, que apareció como una epifanía para entonar con una expresividad serena y majestuosa este canto de esperanza. No formaba parte del reparto anunciado, pero su sola presencia elevó el final a otra categoría.

El cierre, austero pero intenso, con la muerte de Tony escenificada sólo con una caminata lenta y una frase final conmovedora de Maria –«Te adoro, Anton»-, dejó la sala en silencio antes del alud de aplausos. Más de diez minutos de ovación coronaron una noche donde la música hizo de puente entre la tragedia y la belleza, entre el pasado y un presente en que el Liceu convirtió un musical en una experiencia mayúscula.

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