Diari Més

La 'mansion', un oasis de tranquilidad y calma en medio de la desesperación

Este grupo de pakistaníes tuvo que huir de la mafia y se ha instalado en este edificio abandonado, donde se han convertido en una auténtica familia

El Salamt, l'Ali, el Zaheer i l'Amjad somriuen al davant de la pintura que van elaborar junt amb els voluntaris.

La 'mansion', un oasis de tranquilidad y calma en medio de la desesperaciónCarlos Doménech Goñi

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Entre la maleza de un camino de arena y grandes piedras, repleto de suciedad, se alzan cuatro bloques de dos pisos de altura. Sin acabar de edificar, abandonados, uno de ellos cobija a seis pakistaníes alegres, hospitalarios y de vida tranquila. Todos han huido del edificio que se explicaba en el primer capítulo de esta serie. Los motivos, las represalias de la mafia que habita en algunos puntos de Salónica. Sus tiendas de acampada habían sido calcinadas. También todas sus pertenencias, que no eran demasiada cosa. Hartos de la situación, buscaron un nuevo emplazamiento. Ahora son los habitantes de la mansion. Así es como los voluntarios de las ONG's han llamado a este espacio.

Cuando acaban las escaleras que conducen a la segunda planta del primer edificio a la izquierda, el amor invade el ambiente. Sobre una de las paredes, grises y deprimentes, reina la pintada de una niña balanceándose y con una sonrisa de oreja a oreja. A la izquierda, la consigna es clara: «love, peace, not war». El signo de la paz luce entre flores y paisajes verdes. Esta reivindicación artística es todo un símbolo. Los voluntarios, junto con el grupo de pakistaníes, la pintaron hace un mes y medio. Una demostración de esperanza. Un cántico a la vida. Un intento de contagiar de positivismo todos los que habitan en esta planta abandonada, que se ha convertido en un hogar. Es un auténtico oasis en medio de la desesperación.

En el centro de la estancia, cinco chicos descansan sentados. El Amjad, unos metros a la izquierda, cocina haciendo uso de una gran olla calentada por un haz de leña. El Zaheer, estirado, ahúma un cigarrillo mientras habla con el resto de compañeros. Con la entrada de los voluntarios en el edificio, sin embargo, todos se dirigen a las escaleras con rapidez. Sonriendo, alzan las manos y se tocan el corazón como signo de bienvenida. La presencia de los voluntarios les alegra los días. Se sienten escuchados, afortunados de poder compartir momentos e historias. Les invitan a sentarse inmediatamente y les ofrecen tabaco y agua. Instantes después, El Amjad se acerca al grupo con una olla llena de arroz y pollo. «El Amjad cocina realmente bien», aseguran los voluntarios, después de hacer la última cucharada y agradecer la comida.

Los seis pakistaníes son una familia. Se dividen las tareas y, de esta manera, intentan crear una rutina de la nada. Todos ellos esperan una entrevista que les permita conseguir los papeles para trabajar y vivir en Grecia. El sistema burocrático, sin embargo, es muy lento. Lo asegura Marta Llonch, abogada barcelonesa y cooperante en Grecia con la ONG Abogados por los Refugiados. «Cuando alguien llega a Grecia, tiene que contactar con la oficina de asilo a través de Skype para pedir refugio. Cada lengua tiene una franja horaria, y eso dificulta muchísimo las cosas», explica. Los pakistaníes que viven en la mansion, por ejemplo, hablan urdu. «Sólo hay una hora al día de atención en urdu, durante cuatro días a la semana. Y hay miles de pakistaníes en Salónica...», lamenta. De hecho, Skype se satura habitualmente y los pakistaníes no pueden ni siquiera empezar el procedimiento. «Está en uno limbo horroroso» sentencia Marta.

Huir por un conflicto familiar

El Amjad Mohammad, el cocinero, tiene cuatro hijos en Pakistán. Allí también se quedó su mujer. «Mi padre me dijo que me marchara si quería salvar mi vida», revela. La historia del Amjad no es la que acostumbra a aparecer en las noticias. Su primo lo quería asesinar. De hecho, lo intentó, y casi lo consigue. Así lo demuestra la cicatriz que cruza su cabeza. Los motivos, un conflicto de propiedades, que su familia arrastra de hace muchos años. Hace un año y siete meses que huyó. Antes de llegar a Grecia, sin embargo, ha pasado por Irak y Turquía, donde estuvo trabajando en un hotel de manera irregular. Ahora, quiere llegar a Alemania. «En Pakistán era jefe de sala en restaurantes y hoteles. Necesito volver a trabajar», expresa.

El único pakistaní que tiene la suerte de poder hacer alguna cosa aparte de ver cómo pasan las horas es El Zaheer. Él ha empezado a trabajar de voluntario con una ONG. «Me está yendo muy bien porque en tan sólo cinco meses he aprendido a hablar en inglés», explica. Los motivos que lo llevarona Grecia son los mismos que los del Amjad. «Mi tío me quería asesinar por un conflicto de tierras», revela. Su gran deseo es empezar una nueva vida y poder llevar a su madre a Europa. Ella es su motor. «Es lo más grande para mí, el motivo por el cual sigo luchando,» expresa. El Zaheer no quiere salir de Grecia. Dice que le ha costado muchísimo llegar hasta Salónica. Entiende que la situación económica del país no es la mejor, pero está completamente seguro de que cuando consiga los papeles, podrá encontrar trabajo. Ahora, pero lo rechazan. «Nadie no quiere inmigrantes ilegales trabajando en Grecia», asegura.

El Amjad y El Zaheer son los únicos que hablan inglés. Entre los compañeros se comunican en urdu. Pasan las horas hablando y fumando, echados en la estancia. Cocinar y comida son algunas de sus distracciones. También los smartphones, que cargan gracias a pequeñas placas solares que trajeron los voluntarios. La comida va a cargo de las ONG's, aunque ellos también compran lo que pueden con el poco dinero que tienen. Se levantan tarde, porque por la noche se les hace difícil dormir. «Vienen los mosquitos, sopla mucho el viento, y si durante el día ha hecho sol, la temperatura por la noche no baja...», dice el Amjad.

También aprovechan las oportunidades que les dan los voluntarios para empezar a preparar su futuro. Con la abogada barcelonesa, Marta, estuvieron redactando su Currículum Vitae para empezar a labrar una nueva vida. Estos pequeños detalles los mantienen vivos y activos, porque no saben cuándo podrán empezar de nuevo. Nadie les puede asegurar una fecha. Y mientras tanto, esperan. El deseo de los voluntarios claro está: «Queremos una solución antes de que se desdibuje la sonrisa que, a día de hoy, todavía conservan en su rostro».

Están estancados, pero todavía son capaces de mantener el ánimo. Ahora, como mínimo, están protegidos de la mafia. Viven relativamente tranquilos y en paz. Y no lo han perdido todo: les queda la sonrisa.

Vista global de l'estança.

La 'mansion', un oasis de tranquilidad y calma en medio de la desesperaciónCarlos Doménech Goñi

L'espai on dormen, separat de la resta de la planta per unes cortines de plàstic.

La 'mansion', un oasis de tranquilidad y calma en medio de la desesperaciónCarlos Doménech Goñi

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