El reventón de la bicicleta
El hallazgo más inmediato que los buscadores de Internet obtienen cuando uno introduce ‘reventón de bicicleta’, a través de la IA, nada menos, es «un reventón en una bicicleta ocurre cuando la cámara de aire de la rueda falla repentinamente, causando que la cubierta se desinfle o se rompa. Para solucionarlo, debes revisar la presión de la cubierta, buscar daños en la llanta o en la cámara, y si es necesario, puedes reparar una raja en la cubierta con cinta americana o un trozo de cámara vieja hasta que puedas hacer un arreglo más permanente en un taller».
Por la edad de quien suscribe, todavía recuerdo de niño cuando sufrió mi recién estrenada bicicleta el primer reventón allá por los años sesenta, yendo precisamente por la carretera (prácticamente sin tráfico entonces) desde Reus a El Morell. Podíamos entonces por cinco pesetas reparar el reventón en uno de los no pocos talleres de la época repleto de utensilios y aparatos polvorientos en una suerte de clínica mecánica destartalada, con el olor al aceite usado para las motocicletas, propio de los productos de engrase para cadenas, engranajes, manillares, dinamos para las macilentas luces y, en fin, llantas y cámaras de repuesto si bien el modesto coste para la reparación apenas llegaba para un pequeño parche para tapar el agujero causado por un indiscreto clavo o piedrecita punzante que malogró mi humilde medio de locomoción para recreo infantil.
Nos queda claro, por tanto, que la hermana del Tour de Francia y del Giro de Italia, nuestra Vuelta, ha sufrido el pasado domingo un serio reventón, un lamentable pinchazo, a pesar de que desde mis tiernos años cuando sufrí el señalado percance ciclista hasta hoy la tecnología ha desarrollado ruedas y neumáticos prácticamente indemnes, o sea libres de posibles daños que en épocas pretéritas podrían ocasionar chinchetas o tornillos mal intencionados sobre el asfalto. Ahora bien, lo tecnológico también tiene, diríamos, sus fallos y, este año, el reventón ha sido masivo, lamentable, dejando con la boca abierta a Paris y a Roma. Madrid, ciudad víctima de la vergüenza ajena, necesitará hallar la forma de reparar el daño causado.
En un interesante estudio, el científico titular en el Instituto de Políticas y Bienes Públicos, CSIC, Luis Miguel Miller Moya, trata de dar respuesta, mediante experimentos conductuales, a la cuestión de por qué hoy en día están las personas más polarizadas por sus afiliaciones políticas que por sus identidades territoriales, lingüísticas, étnicas o religiosas. Su principal hipótesis es que las interacciones entre razas, religiones, género y otras divisiones sociales están, según nos indica la reseña de dicho estudio, «reguladas y restringidas por normas sociales, si bien no existen presiones o sanciones que eviten la discriminación y la hostilidad hacia los oponentes políticos». Como resulta que para un lego en la materia como el que suscribe este escrito también resulta difícil comprender lo sucedido desde un punto de vista como ciudadano corriente, apoyo el deseo de Miller de querer «comprobar así si esta ausencia de normas sociales que regulen la hostilidad entre rivales políticos constituye una de las causas de la polarización política, uno de los principales retos de las sociedades democráticas actuales».
Quizás pueda ser esta reflexión el inicio de la búsqueda de una reparación del reventón. Pero ya no se trata solamente de Madrid sino del conjunto de la ciudadanía que hasta el domingo se sentía orgullosa de la Vuelta.