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Opinió

Rafa Luna

Rafa Luna

Exsenador i diputat del PP

El sur de Cataluña también existe

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Hablar del sur de Cataluña es hablar de la provincia de Tarragona y, en particular, de las tierras olvidadas por la administración pública, como son les Terres de l’Ebre. Mi primer contacto con el territorio fue en 1995, con tan solo 16 años, en el municipio de Ascó. Llegaba procedente de mis orígenes en el Pirineo de Lleida (Pallars Sobirà), donde mi padre trabajó en la construcción de la central nuclear, complejo energético que hoy pretende clausurar el gobierno de Pedro Sánchez, cuando existe una demanda eléctrica que las renovables no son capaces de abastecer, poniéndonos al límite de depender de países extranjeros, como Francia o Marruecos, como ocurrió con el apagón eléctrico. Los años que residí en la zona marcaron mi juventud y la estima por ese territorio, marcado por el río Ebro, fuente de identidad, cultura y progreso.

La provincia de Tarragona, a pesar de contar con recursos y una excelente ubicación estratégica –conexión con el sur de España por el eje mediterráneo, pero también por el interior con el sur de Aragón–, dispone de un puerto naval importante en el transporte de mercancías y un incipiente transporte de pasajeros que, si no lo impide la política de ‘turismofobia’ de algunos movimientos políticos, tiene un futuro extraordinario. Pero, con el tiempo, tan solo ha servido para ubicar todo aquello que el centralismo de Barcelona no deseaba. Ejemplos de ello son la industria química o las centrales nucleares. Aun así, los habitantes del territorio han sido capaces de armonizar la industria química con el turismo, y también el progreso de muchos pequeños municipios del interior gracias a los complejos energéticos de las centrales nucleares. Mientras tanto, la provincia de Girona ha apostado por un turismo de calidad, y Lleida por la agricultura, la ganadería y el turismo de aventura en el Pirineo.

Esta marginación no es solo geográfica, sino profundamente política. El eje Barcelona-Girona concentra la atención y las inversiones, mientras que el sur, en concreto les Terres de l’Ebre, queda fuera de los planes de futuro. La prueba más evidente de ello son las inversiones de los presupuestos de la Generalitat de Cataluña en el territorio, que relegan sistemáticamente a las comarcas menos pobladas de la provincia de Tarragona en materia de infraestructuras, vivienda e inversión productiva. Basta con observar las caóticas infraestructuras del transporte ferroviario de mercancías y viajeros, o una AP-7 colapsada y con un alarmante índice de accidentes.

Articular un plan específico para les Terres de l’Ebre, con inversiones en infraestructuras, descentralización de servicios, apoyo a los municipios pequeños y fomento de la reindustrialización, serían herramientas eficaces para revertir la desconexión emocional de muchos vecinos de la zona, que sienten que su territorio es ignorado, que sus problemas carecen de interés y que sus necesidades no son prioritarias. Tal como decía Benedetti: «el sur también existe». Tarragona aspira a ser una parte activa y decisiva de Cataluña, con voz, voto, planes y futuro. No quiere ser un mero decorado, sino un territorio con poder de decisión. Para ello, se requiere una profunda revisión de la agenda política catalana, una verdadera «revolución territorial» que reconozca y valore la importancia del sur. Ha llegado el momento de escuchar a les Terres de l’Ebre, porque el sur también debería formar parte de la construcción de una Cataluña más prospera.

Se hacen necesarias políticas de inversión que, tristemente, se han convertido en el ‘día de la marmota’ por la demanda constante del territorio. Un ejemplo claro es la ampliación y modernización del Hospital Verge de la Cinta (inaugurado en noviembre de 1972), que ha quedado obsoleto y no ofrece un servicio de calidad a los habitantes del territorio. Las trifulcas políticas han paralizado el proyecto desde los tiempos históricos de Pasqual Maragall.

Y qué decir de la AP-7, que cruza el territorio con una increíble densidad de tráfico y cuenta con tan solo dos carriles por cada dirección, muchas veces colapsados por el adelantamiento de camiones, provocando largas retenciones y, en no pocas ocasiones, multitud de accidentes. Se desconoce cuándo se construirá la autovía A-7 desde Hospitalet de l’Infant hasta Sant Mateu de Castellón. También es una obra de suma importancia, dado el denso tráfico de mercancías en la capital de la Terra Alta, Gandesa: la construcción de una circunvalación de la N-420 que pase por las afueras del municipio, evitaría el colapso en el centro urbano, donde se concentra el tráfico procedente de Valencia, Cataluña y Aragón.

Tampoco olvidemos aquellos municipios del interior donde los desplazamientos deben hacerse por carretera para conectarse con Tortosa, Móra d’Ebre, Reus, Tarragona o Barcelona, especialmente para jóvenes que cursan estudios, consultas médicas especializadas o por motivos de trabajo.

Las comunicaciones ferroviarias tampoco escapan a las dificultades del territorio, tanto de mercancías como, especialmente, de viajeros. Se necesitan más frecuencias, trenes más rápidos y con menor coste económico para los habitantes de les Terres de l’Ebre, así como una mejor conexión con los polígonos industriales. Llevamos ya unos 15 o 20 años inmersos en un proceso ficticio que no lleva a ninguna parte, con una falta de inversiones reales en mantenimiento, cambio de ancho de vía y maquinaria compatible. No existe, y debería existir, una conexión intermodal en la estación de ferrocarril de l’Aldea con el autobús, para hacer un cambio debidamente coordinado. Actualmente –y sin previsión de mejora–, este se realiza a 2 km de la estación.

A todo ello hay que sumar un déficit en la construcción de viviendas, la falta de suelo industrial y de oportunidades para los más jóvenes, como la creación de empleo, ocio y opciones culturales. Todo ello sin olvidar la necesidad de una asistencia sanitaria más próxima y eficaz, y de servicios sociales adecuados, como la falta de plazas públicas para personas mayores, más aún en un territorio que pierde población y envejece progresivamente.

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