Diari Més

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Cuando hace 37 años me acogió Tarra-Zona, me sorprendió la necesidad de tener vehículo propio para salir de marcha en Salou, comer en Cambrils, comprar en Reus, vivir en La Secuita, navegar en Torredembarra y trabajar en Tarragona. Me pareció una ciudad de hecho sin un gobierno para decidir su destino.

En 1988, se lo comenté al presidente de la Cámara de Comercio de Reus, «Dos más dos son más de cuatro», y el Sr. Cabré, en paz descanse, me dijo: «Y, qué quieres, que Reus sea la puerta trasera».

Con el tiempo comprendí los dos mayores obstáculos. Uno, la cercanía, el poder y la fuerte dependencia de la ciudad Condal que puede crearle a uno una crisis de identidad. Durante mucho tiempo al aeropuerto de Reus le llamaron «la cuarta pista del Prat» y cuando embarcas en Europa vuelas a Barcelona Sur. A Hard Rock le llamaron Barcelona World.

La gente iba a Barcelona a estudiar, al médico, al abogado, al auditor, a parir y hasta a morir. Recuerdo un artículo en 2012 cuando en Juan XXIII derivaron a Barcelona una ambulancia con un paciente de Tortosa que había sufrido un infarto, porque la unidad coronaria del hospital cerraba a las dos y llegó a y cuarto. Se titulaba: «Di Barcelona (¡me refiero sin temblar!)».

El segundo inconveniente era que las áreas metropolitanas se asocian a una gran ciudad, el polo de atracción y aquí a hay dos de casi de igual población con una rivalidad histórica profundamente arraigada. Es decir, falta el espíritu, pues se disputan la cabecera. Además, viendo por mi ventana las persianas del Banco de España como las dejaron cuando se fueron hace 22 años, tampoco sabes si Tarragona tiene esa mentalidad.

El primer problema se ha ido diluyendo como un pez mordiéndose la cola. A medida que crecían y mejoraban aquí los servicios la gente iba menos a Barcelona y viceversa.

Entre todos, pero ninguno, hoy tenemos la mayoría de las cosas distintivas de una gran metrópoli: aeropuerto, puerto comercial con terminal de cruceros, el mejor parque temático, la potente industria de Reus y la petroquímica, un pasado imperial, catedral, hipódromo, playas salvajes y turismo, costumbres y gastronomía, puertos deportivos, campos de golf, el Teatro Fortuny, el Corte Inglés, colegios internacionales, buenos servicios públicos, despachos profesionales, sol, clima y mucha luz.

Y este diario Més que define los confines y un futuro hospital privado en Les Gavarres que marca el epicentro.

El segundo, del centro gravitatorio, ni se ha resuelto ni se resolverá, Tarragona y Reus son imanes que se repelen. Tradicionalmente han peleado yendo a Barcelona a quejarse y la Universidad no tiene un campus y se llama URV; o la estación del AVE está en ninguna parte y se llama del Camp.

Ha habido dos intentos (1979 y 2002) de constituir el ente Área Metropolitana de Tarragona, competencia del Parlamento de Catalunya. Y recientemente se ha formado un Grupo impulsor formado por políticos a quienes deseamos que a la tercera sea la vencida; aunque le recomendamos, si quieren enfrentarse a la realidad que hablen con los taxistas.

El pasado sábado, a la una y media de la madrugada, pedimos a Radiotaxi de Tarragona desde un pueblo cercano de la futura área metropolitana y nos dijeron que llamáramos a Puigdelfí. Lo que de verdad simboliza a un área metropolitana es el color de los taxis circulando con la luz verde y, antes los verán ustedes volar, como en Blade Runner, que pintados con el distintivo AMT.

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