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Tribuna

La fuerza del socialismo

Senador del PSC per Tarragona

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Ramon Rubial fue presidente del PSOE, pero sobre todo durante toda su vida fue un defensor de les derechos de los trabajadores. Senador durante varias legislaturas lo que siempre me ha impresionado de él, y de los hombres y mujeres como él, ha sido la fidelidad a sus ideas, la determinación de luchar por ellas y una consecuencia absoluta entre lo que se dice y piensa y lo que se hace.

Siendo un joven luchador de la democracia fue condenado a muerte por el franquismo. Imaginaos, especialmente la gente más joven, lo que es vivir estando condenado a muerte y saber que cada noche aparecerá un grupo de asesinos gritando los nombres de los que serán llevados al cadalso. Y así noche tras noche. Durante semanas, durante meses.

Finalmente, conmutada su pena por 30 años de prisión, lejos de abandonar la lucha redobló sus esfuerzos para reorganizar el partido y devolver la democracia y las libertades al pueblo. Durante los tristes años del franquismo acumuló nuevas condenas y lustros de cárcel, pero nunca se rindió, nunca abdicó, nunca traicionó, nunca abandonó.

La gente que tuvo la suerte de conocerlo me explica que exhibía siempre una humildad que impresionaba. «A mí me es indiferente ser el presidente del partido o estar en la casa del pueblo abriendo la puerta. Siempre he defendido la dignidad de los trabajadores y lo seguiré haciendo mientras aliente.» Nunca buscó ni quiso homenajes ni reconocimientos. «He hecho lo que, en conciencia, tenía que hacer», argumentaba.

He puesto este ejemplo, uno entre un millón, para que algunos entiendan cual es realmente la fuerza del socialismo. Y la fuerza del socialismo no es tener la presidencia del Gobierno, ni tantos diputados ni tantos senadores (como yo mismo). No, la fuerza del socialismo es la determinación moral que ha guiado y guía el comportamiento de millones de hombres y mujeres que siguen creyendo en el lema fundacional de la internacional de los trabajadores: una vida digna para todos. No para unos cuentos, no para los que detentan el poder económico, no; una vida digna para todos y todas, sin distinción.

Por tanto, los intolerantes que estos atardeceres se concentran delante de las sedes del PSC y del PSOE a gritar su odio y mostrar su intransigencia solo puede decirles: abandonad toda esperanza. Solo hay que escuchar las consignas tipo «¡viva Franco!» y la simbología fascista que abunda en tales concentraciones para tener una idea cierta de lo que Vox agita y el PP consiente con su silencio cómplice.

Si creen de verdad que van a impresionarnos con sus insultos se van a encontrar con una sorpresa… El Partido Socialista en nuestro país tiene 144 años de historia. Ha sobrevivido a dictaduras y golpes de Estado y cuenta con miles de torturados, encarcelados (como el mismo Ramón Rubial), asesinados y desaparecidos en defensa de la libertad, la democracia y la justicia social. Mientras hombres y mujeres dignos como Ramón Rubial acumulaban décadas de cárcel otros que ahora dan lecciones de moral democrática tienen padres fundadores que eran ministros de la Dictadura, y que aprobaban las penas de muerte en los consejos de ministros de Franco. Si señor Feijoo, se viene de dónde se viene.

Por tanto, el acoso que sufrimos estos días no va hacernos dudar de nuestras convicciones políticas y éticas. Las urnas hablaron el pasado mes de julio y la democracia, una vez más, se impuso. Tanto el PSC como el PSOE vamos a seguir luchando con más fuerza aún en defensa de la mayoría social que no grita, que no insulta, sino que quiere una vida de progreso y de convivencia para ellos y para sus hijos e hijas.

Y no lo haremos –solo– para hacer presidente al compañero Pedro Sánchez lo haremos, sobre todo, para ser fieles a una tradición heroica de lucha por la libertad que no abandona, ni se rinde, ni cuando se está en una galería insalubre esperando escuchar tu nombre sabiendo que ello significará que no volverás a ver salir la luz del sol. Aunque no dudo, y lo digo sin ninguna ironía, que las activistas de la extrema derecha moralmente no pueden entender nada de lo que he dicho.

Ya me entendéis…

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