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Tarragona 2018, un año después

Periodista i exalcalde d’Altafulla

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El 1 de Julio con una vistosa ceremonia se clausuraban los XVIII Juegos Mediterráneos que tuvieron lugar en Tarragona entre el 22 de junio y el 1 de julio de 2018. Para sorpresa de los asistentes, al igual que había sucedido el día de la inauguración, no apareció ninguna actuación castellera. Els castells es uno de los símbolos más reconocibles de la cultura tarraconense y en el 2010 fueron declarados Patrimonio Cultural Inmaterial por la Unesco. Aún más perplejos nos quedamos aquellos que conocíamos la cuantía de 500.000 euros de ayuda extraordinaria que habían recibido las collas de manos de la Diputación de Tarragona con la excusa de los JJ.MM. y que Tarracus su mascota portaba el pañuelo que la reconocía como castellera. Ese es sin duda uno de los grandes interrogantes que con el tiempo los organizadores o los interesados nos responderán.

Leña a parte, Tarragona 2018 fue un éxito por las marcas registradas, los países participantes, los deportistas, federaciones, voluntariado e instalaciones.

A nivel organizativo no fue la máquina perfecta de los JJ.OO. de Pekín 2008 pero sí la mejor sede de Juegos Mediterráneos celebrados hasta la fecha.

Si algo desentonó fue la imagen del català emprenyat que en aquellos días era una constante en la sociedad catalana y que, demasiadas veces, nos gusta exhibir ante el mundo.

Un ambiente crispado, tras una crisis económica que golpeó con dureza a la sociedad y que no termina de marchar; el proceso de división social y el dolor penitenciario, no era la mejor condición para celebrar nada.

A pesar de ello, el paso del tiempo juzgará cada cosa en su justa medida y cuando los periodistas militantes regresen al periodismo, los análisis serán mucho más ponderados de lo que fueron aquellos días y aún, desgraciadamente, son. Hace un año tuvimos la oportunidad de vivir un evento deportivo único, de gran nivel, que difícilmente se volverá a repetir en Tarragona y, lo que aún hoy algunos viven como un mal sueño, para otros muchos fue un recuerdo imborrable del que sentirse orgulloso como ciudadano del sur de Catalunya.

Como alcalde y voluntario, aquellos días del verano del 2018, disfruté de una oportunidad que siempre me quedará fijada en la retina y podré explicar con gusto a mis nietas. La inauguración a pesar de: exceso de banderas, boicot soterrado de poderosos promotores y de no haber aprendido de los errores de Londres 2012 y sus asientos vacíos, tuvo un buen nivel. En ella estuvieron representadas las máximas autoridades del Estado y de la Generalitat, situación difícil de repetir en Tarragona si no se produce un hecho luctuoso. Superado ese trance, el día 23 de junio los JJ.MM. despertaron en Altafulla. La mejor sede por su exhaustiva preparación de 7 años de entreno en pruebas de Triatlón, a nivel nacional e internacional, y gracias a la ilusión del voluntariado por poner en el aparador mundial el compromiso de un pequeño pueblo capaz de dar ejemplo organizativo, de cariño hacia los participantes y mostrar al mundo su hermosa población. Ni las escasas sombrillas amarillas podían disminuir el brillo de la más destacada página en la historia deportiva, pasada y futura, de Altafulla.

Una vez liberado de responsabilidad organizativa, en los días siguientes, pude disfrutar los JJ.MM. como voluntario y aficionado. Convivir durante unas horas con técnicos, deportistas, aficionados, representantes del COI y federativos. Visité pabellones y estadios reformados, me anclé en todas las finales que se celebraron en la pista de atletismo Natalia Rodríguez y caminé por el conjunto de la anilla olímpica. Instalaciones que embellecen y dan valor a uno de los muchos barrios de gente trabajadora de Tarragona, habitualmente fuera de los focos de atención ciudadana, y que merecen mayor atención de las decisiones que emanan de la Plaça de la Font de la ciudad.

Pero si de algo jamás podré olvidarme fue de vivir en primera persona una de las anécdotas que marcaron los Juegos y que algunos, de forma interesada, la explicaron con sorna.

Pabellón de El Morell 19.50 h., lunes 25 de junio, final dobles masculina de bádminton: entrega de medallas, se iza la bandera francesa y el himno no suena, la tensión es máxima, espectadores y delegaciones esperamos que el silencio se rompa, cuando de pronto un técnico del equipo galo empieza a cantar a capela la Marsellesa, los demás en pié le seguimos. Un trance que la historia te regala y sientes el privilegio de ser protagonista, como en el café de Rick en Casablanca, las lagrimas aún brotan de mis ojos al recordar el instante y imaginar la grandeur de un himno que une y no separa a los pueblos. Como en el deporte.

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