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Vox y Puigdemont, o la mentira como método en política

Primer secretari del PSC de Tarragona

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En 2018 la catedral de Notre Dame de París fue víctima de un incendio. Casi de inmediato centenares de mensajes en las redes sociales afirmaban haber visto cómo ciudadanos de religión musulmana «celebraban» el incendio del templo cristiano junto a presuntas informaciones que apuntaban a que el incendio había sido provocado. Poco después el líder de Vox, el señor Abascal, tuiteaba su indignación por la actitud de esos «cientos de musulmaneS». En concreto escribió: «Los islamistas quieren destruir Europa y la civilización occidental celebrando el incendio de Notre Dame. Tomemos nota antes de que sea tarde.» Esos presuntos «cientos de musulmanes» franceses, felices al ver cómo quemaban una iglesia cristiana –sencillamente– nunca existieron.

Como sabemos todos los catalanes (especialmente los que son independentistas) los dirigentes del procés se pasaron años –antes del desastre de 2017– jurando solemnemente que habría reconeixements internacionals garantits. Decían y repetían que todo formaba parte de un pla secret de jugades mestre que duraría 18 meses de donde saldrían como por arte de magia los prometidos reconocimientos internacionales ya que, según ellos, «s'ha fet la feina». Poner en cuestión tal afirmación ya era «traïció a Catalunya». Pues bien, a la hora de verdad no hubo ningún reconocimiento internacional, ni ningún plan secreto, ni nada de nada. Lo único que hubo fue un inaudito ejercicio de profunda irresponsabilidad impropio de dirigentes políticos sensatos. Pero teniendo en cuenta lo que se prometió durante años me han sorprendido las últimas entrevistas publicadas al señor Puigdemont. Con todo desparpajo, y con un cinismo absoluto, afirma ahora el señor Puigdemont que «ya sabían» que los reconocimientos internacionales no se producirían porque, según dice ahora, «son lo más difícil de conseguir en procesos de este tipo.» Es fabuloso… Se pasaron meses afirmando lo contrario al pueblo de Catalunya. ¿Cuándo engañaron? ¿Antes de 2017? ¿Ahora? ¿Va cambiando de argumentario el señor Puigdemont según como sopla el viento?

Una de les exigencias básicas a un responsable político es que diga la verdad. Y la verdad no siempre viene envuelta en un caramelo agradable. En ocasiones la verdad exige sacrificios, grandes sacrificios. Pero los ciudadanos nos merecemos que nos traten como a personas adultas, sin engaños ni mentiras. No merecen llegar al Gobierno aquellos que atizan el odio con falsedades para reforzar sus prejuicios, ni los que prometen una estrategia política basada en una irrealidad que saben falsa.

Creo sinceramente que es por eso por lo que Salvador Illa ganó las elecciones a la Generalitat. Porque le tocó gestionar, como ministro de Sanidad, la peor crisis sanitaria del último siglo pero lo hizo con rigor, diciendo siempre la verdad pese a la gravedad de la situación, y no pidiendo a nadie aquello que no se exigía a sí mismo. Y el común de los ciudadanos, aquellos de vosotros que estáis leyendo estas líneas y que pagáis vuestros impuestos, asumís responsabilidades y tratáis de educar a vuestros hijos, os sentís identificados con estos valores porque son los que vosotros ejercéis en vuestra vida diaria.

Imaginaros, por ejemplo, una comunidad de vecinos cualquiera. ¿Propondríais como presidente al vecino que jurara que en el segundo tercera se alegran de alguna desgracia? ¿O a aquel que jurara que tiene un plan secreto para no pagar las contribuciones municipales? Siendo ambas cosas falsas.

No. El sentido común aconseja elegir a aquel que puede representar los intereses de la comunidad con honestidad y rigor, y sin engañar a nadie ni escurrir el bulto. Pues eso.

Por ello estoy absolutamente convencido que Salvador Illa llegará a ser president de la Generalitat. Y con ello recuperaremos un president de todos y todas los catalanes –sin exclusiones– que bien falta que nos hace. Y la mentira como método debe ser erradicada de la política. Si prospera lo único que logrará es sacudir el odio, el resentimiento y la ira. Y la historia alerta de como acaban las cosas cuando ello ocurre.

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