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En traje de astracán

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Normalmente, si quieres, hoy en día, encontrar un traje de astracán, este será de segunda mano. Eso ya no se lleva. Con urgencia y precipitación tuvieron que encontrar uno de esos trajes los inquilinos de Waterloo cuando en la primavera de 2018 eligieron como president de la Generalitat al funesto personaje de Quim Torra. Sacado de lo más profundo del activismo independentista, su percha no es la adecuada para el traje de gobernante, sino más bien para calzarse unas chiruca y enfilar el camino del Pedraforca para hacerse una foto con la estelada. Es la meca del independentismo moderno. Siempre hemos pensado que no podía superarse a sí mismo, pero los estertores de su mandato y, por ende, de la legislatura han sido un espectáculo kafkiano.

La división del independentismo es, a todas luces, un hecho incontestable y que van a acabar librando una batalla a cara de perro por la sucesión del espacio post convergente también es un hecho plausible. ¿Qué papel juega aquí un President que se sabe desahuciado por mor que inhabilitado y que nadie en su partido lo quiere? El de mera comparsa de Waterloo.

Tristemente, gran parte de la sociedad catalana aún no se ha dado cuenta de para qué ha servido el procés ideado hace 10 años para tapar la crisis económica y la corrupción institucionalizada en Cataluña. Ha supuesto, no solo la degradación de las instituciones, también una pléyade de oportunidades perdidas, un descrédito lacerante y una desesperación que ha llegado a todas las capas de la sociedad. Unos, por lo imposible y utópico de su objetivo; los otros, por ser incapaces de articular un proyecto político que aglutine mayorías y venza en las urnas.

No les quepa duda de que, al igual que ha pasado en Andalucía, por increíble que parezca, más tarde o más temprano decaerá el panorama político catalán y habrá una alternancia –siempre positiva– en el poder, como ha habido en otras comunidades autónomas y en el Gobierno de España. Por salud democrática. Probablemente no será en las próximas elecciones, que ya veremos que geometría variable arroja en el siempre fragmentado parlamento catalán, pero con paciencia y perseverancia, con inteligencia política y con audacia, los catalanes conoceremos otro gobierno distinto.

Porque Torra se está despojando del traje de astracán de gobernante vetusto y abolengo, del disfraz alquilado que ha tenido que utilizar durante más de dos años muy a su pesar y que nadie sabe si le ha cogido cariño o está deseando tirarlo al contenedor. Por más que le pese, tendrá sustituto provisional que durante el próximo año tendrá que convocar unas elecciones que se jugarán en un terreno de juego –como siempre en Cataluña– embarrado. En este tipo de superficies es difícil que emerjan jugadores de calidad.

Evidentemente, las fuerzas constitucionalistas tampoco pasan por su mejor momento y están inmersas en un proceso de reconstrucción y de nuevos liderazgos que todavía, auguro, no ha terminado. Hay que ser consciente que desde fuera del poder –y más durante 40 años fuera de él– es más difícil renovar y reconstruir, pero también Felipe González en La Moncloa y el socialismo andaluz en San Telmo parecían intocables y al final fueron desalojados democráticamente.

Torra se despojará pronto del traje de astracán. Pensemos en nuevos sastres, perchas y trajes a la altura de la institución y del pueblo de Cataluña.

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