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El Rey Emérito Juan Carlos I fue proclamado rey de España el 22 de noviembre de 1975, tras la muerte de Francisco Franco, de acuerdo con la Ley de Sucesión en la Jefatura del Estado de 1947, se inicia una nueva etapa política en España, cuyo protagonista sería el joven rey Juan Carlos I que, conjuntamente y de la mano del que fue presidente del gobierno de España, el ya desaparecido Adolfo Suarez, hicieron posible la transición política de un régimen autoritario a una democracia. La Corona, representó la unidad de todos los españoles, en el camino de una nueva etapa basada en una monarquía parlamentaria, es decir en una estado de derecho democrático, representado por la corona, así lo reconoce la Constitución Española, ratificada por referéndum popular el 6 de diciembre de 1978 y promulgada el 27 del mismo mes y año.

Llegar hasta este punto no fue nada fácil, había que conseguir grandes consensos y, muy especialmente, no poner en peligro la convivencia pacífica de todos los españoles. Juan Carlos I consiguió que, desde una derecha heredera del franquismo, hasta la izquierda comunista de Santiago Carrillo, se pusieran todos de acuerdo en redactar la Carta Magna, que más tarde una amplia mayoría de españoles votaríamos a favor, todo ello gracias al pilotaje político del Rey Juan Carlos I, cuando la experiencia en España nos ha demostrado que, con las repúblicas, nunca fuimos capaces de llegar a grandes consensos. Es aquí donde la monarquía ha jugado un papel decisivo en la unión de todos los españoles.

Si la transición política fue el hecho más relevante del reinado de Juan Carlos I, tampoco dejó de serlo su freno con toda contundencia al intento de golpe de Estado del 23 de Febrero de 1981, asumiendo el mando de las fuerzas armadas; así como su activa participación y colaboración en la unidad europea, su contribución más que reconocida internacionalmente a la hora de estrechar relaciones diplomáticas con otros países o bien haciendo callar a un dictador como Hugo Chávez, cuando este en un foro internacional trato sin conseguirlo de humillar a España.

Juan Carlos I, consciente que su proyecto como Jefe de Estado había culminado y que España necesita un proceso de cambios, capaces de regenerar y consecuentemente de renovar la vida política, después de 38 años y 7 meses de reinado, abdica en su cargo, para dar acceso a la Jefatura del Estado a su hijo Felipe VI. En unos momentos que la crisis económica había azotado duramente a la sociedad española y se necesitaban grandes cambios.

Todo lo anterior no justifica que debamos ponernos una venda en los ojos o tapones en los oídos, para no tener que ver o oír los escándalos que en estos días han ido apareciendo sobre la figura del Rey Emérito, acusaciones que, de ser ciertas, son tremendamente graves, pero que, en un estado de Derecho, deben situarse en estos momentos en la presunción de inocencia y por lo tanto, facilitar al acusado el poder defender su inocencia, mucho más cuando los hechos que se le imputan no afectan tan solo a su persona, sino también, por el interés de algunos, en debilitar la institución monárquica.

Creo no equivocarme al afirmar que el Rey Emérito ha tomado una decisión errónea, abandonando España, no ha sido capaz de aguantar la presión mediática sobre los hechos que se le imputan, ha preferido la huida fácil, incrementando con ello su falta de inocencia y como no, debilitando la institución monárquica que hoy representa su hijo. Debería haber permanecido en el país, ya no digo en la Zarzuela o fuera de ella, pero aquí, dando la cara ante las acusaciones graves que se le imputan y defendiéndose de no ser ciertas, mucho más cuando ha ostentado la Jefatura del Estado en calidad de Rey.

Su decisión unilateral de irse, no deja de interpretarse como una huida, que ha alimentado a todos aquellos sectores antimonárquicos que, no han dudado en salir como hienas, no a criticar precisamente la decisión del Rey Emérito o sus imputaciones, sino a proclamar la III República, estos hechos hacen que incluso los que no son confesionales monárquicos, le otorguemos a Felipe VI el crédito que le dimos a su padre el Rey Emérito en su día, pero eso sí, como muy bien dice un buen amigo: no lo despilfarre, Majestad!!

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