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Un estudio certifica que ríos como el Ebro sufren los efectos indeseados de la mejora en la depuración de las aguas

La revista 'Science' publica una investigación de Carles Ibàñez y Josep Peñuelas que relaciona la explosión de macrófitos y la plaga de la mosca negra con la disminución del fósforo

El río Ebro a la altura del núcleo urbano de Deltebre.

El río Ebro a la altura del núcleo urbano de Deltebre.ACN

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La mejora de la calidad del agua de los ríos gracias a la expansión de las depuradoras urbanas ha tenido también efectos no deseados en los ecosistemas fluviales. Así lo certifica un estudio de los investigadores del IRTA, el biólogo Carles Ibàñez, y del CSIC-CREAF, el ecólogo Josep Peñuelas, publicado este mes de agosto en la revista Science. Argumentan que la mayor transparencia de las aguas fluviales no siempre significa un retorno a unas condiciones ambientales idóneas del río. Eso pasa, precisamente, en el tramo final del Ebro, donde al principio del 2000 se detectó un cambio repentino de la transparencia del agua por la disminución del fósforo: un escenario que ha provocado la expansión extraordinaria de macrófitos y la aparición de la plaga de la mosca negra, que prolifera en estas plantas acuáticas.

Los excesivos niveles de fósforo en las aguas de ríos y lagos ha sido una constante prácticamente desde mediados de siglo XX en los países con una mayor actividad económica. Eso era consecuencia, principalmente, del uso abusivo de fertilizantes y detergentes con fosfatos, pero también por la contaminación industrial y la deficiente depuración de las aguas residuales urbanas que se asomaban al cauce. Todo se traducía, vista la desproporción con la presencia de nitrógeno, el otro nutriente esencial, en una gran presencia de fitoplancton en el agua que le confería un color verde.

A finales del años 80 el agua del Ebro se veía perfectamente como una «una sopa verde», según recuerda Ibàñez. La gestión del río, que había experimentado ya un primer cambio a partir de la construcción de los embalses en el tramo final en los años 60 –que suprimió crecidas y limitó la llegada de sedimentos-, se vería modificada, nuevamente, con la mejora en la gestión de las aguas residuales urbanas décadas después. La puesta en servicio de depuradoras para las grande ciudades ribereñas del Ebro, cerca la aprobación de la directiva europea de aguas residuales en los años 90 del pasado siglo que obligaba al Estado español a instalarlas, así como un mayor control del uso de fertilizantes en la agricultura, permitió poner freno a estos elevados niveles de contaminación orgánica.

Las depuradoras, según el investigador del centro del IRTA de Sant Carles de la Ràpita, son altamente eficientes a la hora de reducir el fósforo, y no tanto el nitrógeno. Eso ha contribuido, de forma decisiva, a dar un aspecto mucho más transparente al aigual del río de lo que hace tres décadas atrás: la falta de fósforo es un factor limitante en la falta de crecimiento de las algas microscópicas, el fitoplancton. Un hecho, según afianza el estudio publicado por Ibàñez y Peñuelas en Science, que no significa forzosamente una mejora del estado ecológico del río, un retorno a un estado de salud prístino. Por el contrario, a pesar de y la parcial mejora de la calidad del agua, los desequilibrios impulsan «efectos indeseables en todo el ecosistema».

Precisamente, el tramo final del Ebro es un claro ejemplo en este sentido, según apuntan los investigadores del IRTA y el CSIC-CREAF. Así, desde principios de siglo la transparencia del agua ha aumentado en paralelo con la reducción del fósforo. Las consecuencias más visibles han sido la explosión de macrófitos, que proliferan gracias a esta transparencia del agua y los caudales bajos del río, posibilitando que los rayos solares llegar prácticamente a todos los rincones del fondo del cauce.

Al mismo tiempo, estos vegetales acuáticos se han convertido en la gran plataforma para la cría y expansión de la plaga de la mosca negra, que se ha mostrado especialmente virulenta esta primavera y verano en los municipios ribereños. Otras especies frecuentes décadas atrás en los pueblos ribereños, como la palometa, que tenía como principal hábitat los sedimentos limpios del cauce del río, han prácticamente desaparecido. «Ahora este espacio lo ocupan los macrófitos y en este nuevo hábitat transparente aparece la mosca negra», señala Ibáñez.

Reacción en cadena

Una concatenación de reacciones en cadena dentro del ecosistema alterado por las decisiones de gestión. «Hay efectos químicos, físicos y biológicos que se desencadenan cuando hay estos cambios en la política. Primero fueron la construcción de los embalses, después la industrialización que provocó la contaminación orgánica y, finalmente, el intento de controlar la contaminación. Cada vez que hay una decisión se toma una decisión de gestión provoca cambios en el ecosistema del río», reflexiona.

El estudio ha comparado datos de ríos y estuarios principalmente europeos y de los Estados Unidos. Zonas que anteriormente se encontraban eutrofizadas, con una gran presencia de nutrientes, presentan desde entonces un nuevo desequilibrio entre el fósforo y el nitrógeno, generando lo que se conoce como reoligotrofización. Los efectos de este fenómeno, apuntan, todavía no han estado del todo delimitados y pueden variar en función del tamaño, la profundidad del río o los sustratos de la cuenca, señalan. Por todo ello, apuntan que resulta necesario estudiar las consecuencias reales de forma más profunda, dado que los tratamientos con depuradoras están presentes por todo el mundo.

Más allá de las mejoras en los mismos sistemas de depuración, Ibàñez plantea la necesidad de abordar el problema de la calidad de forma integral las cuencas hidrográficas, controlar mejor el uso de fertilizantes y prácticas agrícolas para evitar la aportación de nitrógeno, favorecer el desembalse de sedimentos y restaurar las riberas fluviales, aspectos que ayudarían a mejorar.

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