Diari Més
Cecilia Julve Larrubia

De Tarragona a Bomassa (República del Congo)

Sociedad

«Estaba en el jardín de casa con las niñas y apareció un elefante»

África ha enamorado a esta bióloga de 41 años, que se llevaría de vuelta «las redes sociales reales: todo el mundo depende de los demás y nunca faltan»

Julve –en la imagen con sus tres hijas– vive desde hace una década y media en el continente.

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Cecilia Julve (Tarragona, 1978) llegó al Congo en 2016, aunque ha vivido más de 15 años en el África. Es bióloga y master en Gestión de Recursos Naturales en Medio Tropical. En Bomassa, la base del Parque Nacional de Nouabalé-Ndoki, hace de profesora de sus hijas y trabaja en la ONG Wildlife Conservation Society.

—¿Qué motivos la llevaron a ir al Congo?

—Los padres nos inculcaron el placer de viajar desde muy pronto. En la universidad, quería marcharme un año de Erasmus. Allí conocí a un chico muy mayor, apasionado de los grandes simios (gorilas y chimpancés) y que quería ir a estudiarlos a África, siguiendo los pasos de Diane Fossey o Jane Godall. Así que lo seguí... Y África me enganchó. ¡El chico ahora es mi marido y somos padres de tres niñas!

—¿Cuál fue su primera impresión al llegar?

—El Congo, como otros países de Centroáfrica, es una montaña rusa. Es un país de contrastes. O engancha, o se odia. No hay término medio. Normalmente, nada va como tendría que ir: a veces es mucho mejor, y a veces es peor, pero pocas veces todo sale como lo habías previsto... La primera impresión en las ciudades es mucha gente, colores, música por todas partes, olor de pescado o carne a la brasa en cada esquina, alegría y sonrisas. Pero también pobreza, mucha gente viviendo en xabolas sin luz ni agua, enfermedades y suciedad.

—¿Fue muy sorprendente el cambio?

—Puedes ver un coche o una residencia de lujo al lado de unas xabola. La ausencia de clase media me sorprende. Por el tema de la biodiversidad, los grandes espacios salvajes, los animales increíbles como gorilas, elefantes o chimpancés, la fuerza de la naturaleza, no dejan de sorprenderme. Y la gran presión que se ejerce sobre la fauna africana, que se caza por trofeos, por el marfil o por su carne en algunos casos. Y en Bomassa, ver elefantes en el jardín, o monos en los árboles que nos miran cuando jugamos a badminton son experiencias que no olvidaré nunca. Un verdadero jardín del Edén en medio de la selva.

—¿Cuáles son las principales diferencias entre Bomassa y su casa?

—Está como vivir en mundos paralelos. Los pueblos autóctonos (pigmeos) dependen de la selva y muchos son seminómadas. Viven en unas casas de ramas y otros elementos vegetales que se llamanmungulus. Es una gran experiencia compartir con ellos algunas tradiciones. En los pueblos próximos las casas no tienen agua, ni electricidad. Nosotros vivimos en la base del parque, así que sí que tenemos agua corriente (tenemos que filtrarla para que sea potable) y electricidad (tres horas por la mañana y tres por la tarde). No hay horarios de comida y se comen cosas muy diferentes, como termitas, escarabajos... Y mulengue, vino local hecho con la savia de la palmera. Y ponen pimienta (muy picante) en todo.

—¿Y los lugares más peculiares?

—Nouabalé-Ndoki es probablemente uno de los lugares más salvajes que quedan en la África subsahariana. Es posible visitar los gorilas habituados a la presencia humana, navegar por el río Sangha y en la estación seca tomar un desayuno –o una cerveza– en uno de los bancos de arena que se forman.

—¿Qué destacaría de la manera de trabajar de los congoleños?

—El Congo es pionero en la conservación de las áreas protegidas por una colaboración público-privada. La tarea es todavía titánica para conseguir salvar la increíble biodiversidad. Así que las ONG internacionales ayudan al gobierno para gestionarsus áreas protegidas, ya que estas todavía necesitan apoyo técnico y financiero que justifican nuestra presencia allí.

—¿Desde que llegó, ha vivido o algo curioso?

—La primera fue a los pocos días de llegar a nuestra nueva casa. Estaba en el jardín jugando con las niñas porque hacían obras en casa, y vino un trabajador para decirme que entrara porque habían escuchado un elefante. Bastante incrédula le hice caso, y apareció el elefante. Otra vez nos trajeron a un elefante huérfano. Estuvimos unos días cuidándolo, intentando darle de comer, pero al final murió. Tenía pocos meses. También tenemos un centro de rehabilitación de animales salvajes, donde hay loros víctimas del tráfico de animales, y ahora tenemos dos monos huérfanos. Por el lado humano, me sorprendió la acogida de las mujeres del poblado cuando llegué con mi hija que acababa de nacer. Me trajeron jabón diciéndome que este regalo era tradición.

—¿Qué costumbre del Congo se llevaría a Cataluña?

—Las redes sociales reales son muy importantes. Se vive en una comunidad, en la cual todos dependen del apoyo y la solidaridad de los otros, que nunca faltan. En las zonas rurales, se vive al aire libre, muy cerca de la naturaleza. Los niños juegan a la calle.

—¿Tiene intención de volver pronto?

—De aquí dos o tres años, porque las niñas empiezan a ser mayores y ahora también tenemos que tener en cuenta sus necesidades. Además, tenemos algunos proyectos que nos gustaría hacer en Europa.

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