Diari Més

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Enric Calabuig, un compañero de trabajo, y yo fuimos a un camino entre Reus y Salou a probar mi primer coche. Era un Seat 850 Coupé Especial. Yo todavía no sabía conducir, tenía diecisiete años, pero me puse delante del volante. Y en un momento dado dije: «¿y esa palanquita?». Era el intermitente. Lo utilizaban mucho los profesionales de la conducción, camioneros y chóferes de autocares, para indicarte que podrías adelantarles sin peligro. Los avanzabas y después tocabas el claxon en señal de agradecimiento. Ya, ya sé que esto que he escrito es como si estuviera cantando Dos gardenias para ti, o sea «de antes», como diría mi jefe. Siempre lo pongo en castellano porque si escribo «cap» (en catalán) es una palabra que, como Jéssica Albiach, da pie a muchas confusiones. De nada.

Todo esto que he escrito tiene una intención, informaros que sobre las seis de la tarde del 18 de septiembre de 1978 fue la primera vez que usé un intermitente. Ahora lo que busco es saber en qué momento un conductor decide que la palanquita ya no hace falta accionarla. Quien se lo dice o si lo piensa él mismo con la cabeza.

En uno de mis viajes al Serrallo en moto he entrado en la calle Pere Martell, iba detrás de un autocar de una compañía que no diré pero que todos sabéis cuál es. En un momento de la trayectoria me he preguntado si el vehículo de pasajeros entraba en la estación de buses, seguía recto o tal vez, como «Regreso al futuro», salía volando. Lo que ha estado a punto de salir volando he sido yo cuando el vehículo, más largo que esta legislatura, ha girado sin la lucecita. Si fuera el dueño de la compañía lo echaría a la calle y que sólo pudiera conducir una madera con cojinetes, como los niños del barrio. Él seguramente diría «ei, que no puedes despedirme por eso» y yo le diría «yo soy de los de antes», como dice mi jefe.

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