Diari Més

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Podemos seguir diciendo frente al espejo que lo que hemos aprendido es la verdad. Podemos oír nuestra voz grabada diciendo que el papel nunca va a morir o que como un diésel no hay nada. También decimos que tenemos un director en el banco que es nuestro amigo y que gracias a él hemos podido comprar un piso. Podemos seguir engañando con todo lo que hemos aprendido: una transición ejemplar, la democracia llegó en 1976, que lo del espionaje es un invento, que Felipe era Z y no X y que aquí nadie se ha torturado. Podemos seguir diciendo que los de la Zarzuela son la hostia, que el azúcar, el tabaco y el alcohol no son tan malos…

Mientras vas repitiendo esto en la mesa comiendo, sabes que tus hijos ya no leen en papel. Que han despedido al director de tu banco, y ahora esperas en la calle como un indigente. Puedes continuar diciendo que como el Prado no hay nada, mientras se venden por una millonada cuadros que no existen, en NFT. Verás desaparecer los registros y notarios con el Blockchain. Puedes seguir pulsando botones en el mando a distancia para ver «qué hacen» en la tele, mientras tu hijo ve lo que quiere y no lo que hacen. Ve partidos en Twitch de deportes sin pelota. Hace 200 años en una clase, un grupo de alumnos oía a un profesor y levantaba la mano para preguntar. Ahora, en una clase, un grupo de alumnos oyen a un profesor y levanta la mano para preguntar. El mundo ha cambiado, pero seguimos ciegos repitiendo el mantra de siempre y alabando sistemas obsoletos. Ayer me alegró una conversación con un profesor de la URV en un pasillo. Me ha contado algo que me ha dejado parado. Un robot se protegió con los brazos cuando le arrojaron un objeto. Nada nuevo, si no fuera porque no estaba programado con esa instrucción. ¿La había aprendido de los humanos?

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