Diari Més

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Los rayos del sol todavía no calientan a Virgili, que se sienta inmóvil en su banco, solo, como un Forrest Gump del pasado que espera ese gatito que pasa cinco horas con él, como la Carmen del Delibes. El abuelo ha estado toda la noche bajo la lluvia, pero nunca se queja. ¿Qué no daría por poder levantarse y tocar ferro? Desde el Balcón se ve el Mediterráneo, negro todavía, que saluda sin voz a Lluís Milián, que cuelga una foto a las siete. «¡Bon diaaa!» A la misma hora, se oye una puerta a la calle del Comte, desierta, y sale Pep Escoda, que camina sobre las piedras mojadas con un cigarrillo mientras oye el eco de sus pasos entre las paredes estrechas de la Part Alta. Ese efecto de espejo en el suelo tendría una buena foto, pero será otro día, el mar no puede esperar. En la Arrabassada, mira hacia el infinito como lo hacía su padre desde la barca. El doctor Mosquits interviene a la hora en que los pescadores ya saben si viene Levante, para realizar una autopsia a unos callos. Medio dormido oigo el WhatsApp: «¡Buenos días, vagos!». Sonrío, porque el alcalde del Serrallo merece siempre una sonrisa. Ahora rebobino: yendo con Ana Belén por Tarragona, la cantante quedó maravillada de la belleza de los árboles de la Rambla Vella. Tú. ¡Sí, tú! ¿Los has mirado alguna vez? Por la plaza de la Font van cruzando quienes parecen la Vaca Cega del Maragall porque miran hacia el Ayuntamiento levantando la testa «con un gran gesto trágico». He ido al espigón y me he sentado junto a ese reloj antiguo a mirar la ciudad majestuosa. He recordado aquel bus que paraba en el bar Taurino y los frankfurts que me metía en Corsini con un amigo que vivía en una calle Ibiza llena de huertos. Descubrí Montmartre en la plaza del Pallol, Córdoba en la plaza de Sant Joan y el amor a una roca de la playa Larga. A los políticos: ¡Amad Tarragona, cojones!

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