Diari Més

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Me gusta Brasil, el Vinicius de Moraes y esa cantante que nunca recuerdo su nombre y la llamo la del paso de peatones: María «Cruza». Quería conocer la playa de Copacabana, que es como la del Miracle, pero con señores que no tienen barriga y en vez del Barça son del Flamingo. No sé si sabéis que ambos clubs tienen algo en común: un buitre de «mascota». Ahora los del Espanyol se han reído y los culés me han pintado un bigote en la foto.

Así que me he cogido el pasaporte este de las agujas y hacia allá que he tirado en un Boeing donde el comandante en vez de decir la duración del viaje ha cantado «Al Alba». Las azafatas han pasado por si queríamos tomar algo y he visto en el fondo una pelea. He preguntado qué pasaba y la empleada de la línea Varig me ha dicho que era un viajero al que seguridad estaba pegando: «O passageiro pediu água». Así que he pedido tres cachaça, una caipirinha y, para comer, ya puestos, unas setas alucinógenas. De aquellas que antes se encontraban mucho en el Barrio de la Esperanza de Tarragona y también en un descampado donde ahora están los juzgados de Reus.

Al bajar del avión he tirado hacia Copacabana. He mirado el reloj y eran las tres de la madrugada, pero con un sol alucinante. No había estado en la arena a esas horas desde que iba a la Estrella, a la Arrabassada. Al día siguiente por la mañana estaba tres horas confesándome con el cura del Serrallo. Él exclamaba: «Hijo mío, ¿todos esos pecados sólo esta noche?». He mirado las toallas y estaba Fernandez, aquel de Urbanismo; Joan Miquel Nadal y un tal Julián López. Agustí Mallol se tomaba una caipirinha en el chiringuito con un tanga de leopardo. También me ha parecido ver de lejos las gafas de Marc Arza. Se ve que hacía seis años que compró el billete de avión, pero hacía mal tiempo para volar.

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