Diari Més

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Un gran río de lava descendía por la ladera del volcán Cumbre Vieja, sus numerosos cráteres dominan el tercio sur de la isla de La Palma vomitando fuego, gases y una fina lluvia de cenizas. El magma incandescente sepultaba y engullía en pocos minutos la bonita casa de Juan Nadie, abrazado a su esposa e hija, mientras su mirada perdida y llena de lágrimas se perdía en el horizonte rojo que destellaba la montaña. Un ciudadano canario que construyó su hogar junto a su esposa e hija, con sacrificio y esfuerzo, sudor y sangre. Pero que una mañana tras pasar la noche sin dormir preocupado por la furia de la montaña, un todo terreno conducido por una pareja de la Benemérita les alertó que debían recoger sus enseres más valiosos y precisos con urgencia, tenían poco menos de una hora para abandonar el lugar que por una cruel ironía del destino se llamaba El Paraíso, cuando todo aquello pronto se convertiría en un infierno.

Cuando todo se ha perdido, la desesperación, la angustia y la impotencia te invaden sin consuelo, sintiéndote desvalido ante la fuerza de la naturaleza. Atrás quedaba un bonito jardín que su esposa cuidaba con mimo, el columpio favorito de su hija y el sillón preferido del porche donde Juan contemplaba la bonita puesta de sol, cuando sus obligaciones lo permitían. Todo un patrimonio forjado con ilusión y coraje desaparecía sin remedio, el sueño de vivir cerca de la naturaleza se desvanecía como por una maldición satánica que no respetaría ni las iglesias cercanas. Como suele suceder en la mayoría de ocasiones, la realidad llega a superar a la ficción, multitud de catástrofes lo acreditan. Lo escrito es fruto de mi imaginación que he novelado tras ir conociendo los acontecimientos y testimonios reales que nos han brindado los medios de comunicación. Seguramente me he quedado corto en el drama humano que no se puede expresar hasta que lo vives en primera persona, pero he querido contribuir a pedir solidaridad y ayuda material para estos miles de damnificados, que corren el riesgo como en tantas ocasiones de ser olvidados una vez termine la devastación natural y deje de ser noticia de actualidad, como ocurrió con el terremoto de Lorca o las catástrofes de las riadas.

Yo lo he vivido aunque en muchísima menor medida. De nada te sirve la compañía y el apoyo de los políticos (las elecciones se ganan manchándose los zapatos sobre el terreno) que vienen a hacerse la foto de rigor y darte una palmadita en el hombro prometiéndote ayudas que son olvidadas sin pudor o demoradas por la burocracia y la apatía institucional. Solo tus más cercanos, pueden consolarte y animarte a comenzar de nuevo, ardua tarea la de la superación que solo se consigue con el cariño y amor de los tuyos. Mientras tanto el circo mediático se ha ido montando en la isla, los grandes comunicadores hacen sus informativos en directo, a pie de lava si es necesario, pues la audiencia, según ellos lo exige. Todo este aparatoso montaje me recuerda a una esperpéntica película de Billy Wilder, El gran carnaval (Ace in the hole, 1951). En ella, un periodista sin escrúpulos y en franca decadencia, cuando un pobre minero queda atrapado en un túnel, éste ve la oportunidad de volver a triunfar en el mundo del periodismo. En connivencia con la autoridad local, no solo convierte el caso en un espectáculo con feria incluida, sino que además, retrasa cuanto puede el rescate para hacer un lucrativo negocio informativo. Esperemos que las víctimas no sea traicionadas por egoísmos profesionales en la información que denigra a quienes lo perpetran.

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