Diari Més

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En una mesita de la plaza del Serrallo, ya sabéis que es mi ágora, hablo con monseñor Leandro, el pastor que lleva las ovejas del barrio. Eh, lo digo desde un punto de vista cristiano, que es mejor escupir en la cara de Hulk Hogan que enfadar alguien de ese barrio. El padre me pregunta por quién / qué soy, y la verdad es que no sé qué contestar porque tengo doble perfil, algo poco habitual en la sociedad. Me explico, seguramente el gestor de bajo de tu casa, el panadero de tu calle o el mecánico que te arregla el coche, no son al mismo tiempo notarios, camioneros o bailarinas de cancán (bueno, esto quizás algunos ministros). Es decir, que suelen ser «monoempleados», y a menudo sólo monos.

Pero yo no, yo cuando me presentan en alguna radio o tele hablan de criminalista-guionista-periodista y pallassista, palabra que me acabo de inventar. Así que cuando mosén Leandro me pregunta, yo me quedo como cuando le preguntaron a Lázaro qué marca de ibuprofeno había tomado para volver a cotizar. Fin del primer acto. Id a por más palomitas.

En la clase de Historia del Derecho, Pere Ripoll, un profesor muy joven (mira, como el monje), explica la división del Imperio Romano entre Oriente y Occidente. Habla del catolicismo de Bizancio y del emperador Justiniano mientras yo pienso que aquello lo oiré en aquella clase y nunca más en mi existencia. ¡Ostras! Pues resulta que el padre Leandro me habla de Constantinopla y, por primera vez en la vida empiezo a pensar que estar en la URV me servirá de algo. Sobre ser dos cosas a la vez, y no hablo del de Solsona, monseñor me ha dado una lección porque ha escenificado en la mesa un monólogo del Capri. ¡Lo ha clavado!

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