Aquel pescador de Malta nos hizo subir a una barquita y puso en marcha el motor. Entramos por una grieta que había en el acantilado y, a oscuras, tocando con los codos en las paredes, avanzábamos con la «nave» de medio metro de eslora. Yo pregunté si aquello era peligroso y el hombre se rió. Con un oleaje que hubiera asustado Juan Sebastián, y también a Elcano, pasamos por debajo de un arco formado por la erosión en las rocas. Un monumento natural conocido como The Azure Window (ventana azul). Iba cagado, mientras la mujer y el «capitán» reían de mí. El tipo iba más tranquilo que si estuviera en el Retiro de Madrid, charlando en un inglés que no entendía ni Vaughan, mientras yo tocaba el violín en la orquesta del Titanic. Don't worry, dijo: «Hombre! Si lleva así miles de años, no caerá precisamente cuando pase usted por debajo ... jajaja ». Un día puse el Telediario y aquel arco de piedra, que había estado allí desde la época de los dinosaurios, se había desplomado. No sé si cayó encima del Popeye de la barca, pero -perdón- me hubiera gustado. Probablemente cayó encima de un jubilado de Botarell que preguntaba: "Esto no me caerá encima, ¿no?».
Días antes de Navidad de 1975, vinieron unos señores en la escuela Primo de Rivera de Reus, actualmente y antes de la Guerra, Pompeu Fabra, y descolgaron el cuadro de Franco para poner un póster con unas frases que había dejado el dictador a quien le gustaba fusilar y atar bien atado. El maestro dijo que vivíamos un momento histórico, el final de una época -la franquista- y la llegada de la democracia. ¡Aire fresco! Aquello ya no volvería. En 2014 hablaba en la URV con un par de "niños" de 18 que alababan José Antonio y la Falange. Estoy hasta las narices del «esto no pasará».