Diari Més

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Sale el Tomás Molina y dice: «mañana empieza el verano». Hala, ¡ya está! Coges el bañador y el flotador de pato y tiras para la piscina de Castellvell. No sé nadar. ¿Qué pasa? Vosotros no sabéis escribir artículos ni tocar la armónica y nadie os dice nada. El domingo quedé con unos amigos en Castellvell y, claro, como «ya estamos en verano» fui en moto. Me cayó un chaparrón encima peor que el que ha recibido Pedro Sánchez en Europa. Después de insultar al Molina, empapado, decidí que, en vez de bañarme por fuera, lo haría por dentro, y estuve seis horas tomando cervezas y gin-tonics en el bar de la piscina. Por cierto, si veis a un médico digestólogo que tiene apellido vasco y visita en la Monegal, no le enseñéis este artículo.

Como no me gusta la playa, ni el sol, ni el mar, ni la arena, ni sudar, y soy como el ministro Fernández, un tipo gris, hablaré con San Pedro para que después de su onomástica, volvamos al invierno . El verano me gustaba cuando era joven porque tenía la posibilidad de ligar, pero cuando eres como Briatore, corres el riesgo de que te dé un infarto si, por casualidad, caes en pecado.

A un hombre como es debido, la playa no le ofrece nada. No hay tele, el móvil en la arena te dura menos que la repuigblica, no puede leer con tanta luz, los niños gritan y el único lugar que te gusta es el bar. Pero para tomar una cerveza no es necesario llenar el coche como si fueras a la Aconcagua. Y vosotros rabiosos protagonistas del Régimen General de la Seguridad Social me hablaréis de vacaciones, y si ya tiene prostatitis, de la paga del 18 de julio. No me dirija la palabra, por favor: soy autónomo y también personaje de ficción, concretamente el Piraña de Verano Azul. Bueno, con mi edad, más bien Chanquete, pero vivo.

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