Diari Més

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Estoy triste por lo de la piedra de la plaza Mercadal de Reus y, la verdad, yo que he crecido como persona a unos cien metros de la escena del crimen, lo siento especialmente. Un buen día, un señor -creo que era uno de esos técnicos que cobran como si en vez de informes cagaran diamantes- llegó a la fonda de mis padres, en la calle Vilar, y dijo que las piedras de aquel edificio tenían que ir a tierra porque era peligroso vivir allí. Supongo que lo debían decir por la cantidad de militares de la «Base» que pernoctaban los fines de semana. Entonces, expulsados como unos gitanos en la tierra de Manel Valls, nos compramos una casa en la calle de Montserrat que era como Rosy de Palma, alta y angosta. Pero, qué casualidad, de nuevo vinieron a decir que aquellas piedras tenían que ir al suelo. Esta vez era muy justificado, te expropiaban porque tenía que hacer un equipamiento de gran necesidad para la ciudad. ¿Un hospital? Frío, frío. ¿Una escuela? Frío. ¿Un orfanato? ¡Qué va! ¿Una residencia de ancianos? ¿Un edificio para gente sin techo? Aquí ya nos acercamos. Señores, me expropiaron una casa para hacer el centro comercial del Pallol. Sí, sí, para poner tiendas y que la gente el sábado se compre una falda de flores o las pilas del satisfyer. Déjame recordar si en el ayuntamiento estaban tristes por aquellas piedras ... ah, pues no. ¡Que extraño! Con la bolsa de pipas y el adhesivo de los Pica-piedra que nos dieron, hicimos una fiesta en casa.

Trabajando en un diario en Algeciras, ya sabéis que por su puerto entran mercancías que no son precisamente agua de Vichy, de vez en cuando, un vecino gritaba por la ventana: «Periodista, te he dejaouna piedrecita en el buzón». ¡Calla!... debe estar allí el adoquín.

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