Diari Més

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Iba a subir a la moto y he oído: «¡Eh, Moisèèès!». He mirado a derecha e izquierda, y también hacia arriba por si ya me llamaba San Pedro, pero nada. Nadie. Quizás me ha cogido eso a lo que llaman manía persecutoria, como últimamente todo el mundo quiere que le dedique el libro (por cierto, ratas, a ver si lo compráis, se titula «El corredor de Tarraco», hágalo por los niños) me voy escondiendo las esquinas. Pues, eso, que estaba en una esquina y volvía a oír que me llamaban. He bajado de la moto y he caminado en círculos sin dirección, como los del PSOE. «¡Aquí, aquí, en el contenedor!» Me he asustado y he pensado que alguien había tirado al abuelo a la basura, porque ensucian las estadísticas de los políticos que llevan la pandemia. Hombre, relacionado con el tema, diré que hay ancianos que podrían ser reciclados y lo harían mucho mejor que aquellos cuatro: la Díaz, el Ayuso, la Ortega y el monasterio.

Me he acercado con cuidado al contenedor, horrorizado, esperando encontrarme un hombre herido o un registrador de la propiedad. Pero he levantado la tapa y estaba vacío. Entonces he gritado en plena calle, como Moisés ante el Mar Rojo , «¿Quién me llamaaa?» «Soy yo, el contenedor, que ahora somos inteligentes y conocemos los vecinos. Quería presentarme». Ya llevo radio en la moto, tengo una Alexa, la Siri, el asistente del móvil ... y ahora los contenedores. Me ha dicho que, si alguna vez encuentra algo que haya tirado por error a la basura como, por ejemplo, una constitución caducada, él se encargará de avisarme cuando pase por delante. Yo le he contestado que cuando vendan una bicicleta o un anorak hecho con las latas que tiro al contenedor amarillo, me lo descuenten de la tasa de la basura. Me ha respondido que puede hablar, pero que es sordo.

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