Diari Més

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Escribo este artículo llorando, como mínimo, tres veces al año. Suele ser cuando hago aquellos relatos ficticios donde aparece la gente que ha ido a un mundo donde la política, las vacaciones o el sueldo no importan. Sólo los recuerdos. Hoy es uno de esos días.

Estoy sentado en la terraza del Xaloc del Xavier Veciana, con quien comparto una virtud: los dos somos personajes. Delante mío está Juan, un amigo de Cádiz que ha venido a hacer unas gestiones en Figueres y ha decidido bajar del AVE para pasar unas horas conmigo en el Serrallo. Durante el segundo plato me dice lo que oigo cada vez con más frecuencia: «Oye, que yo he Pasado veintiún días en la UCI». Cuando me lo ha dicho me he acordado de un amigo del Baix Camp que también ha pasado por este protocolo de vivir sin vivir entre la soledad, las alucinaciones, cables y tubos. Y el día que Abelló me dijo que el Pep Pon, del Segre, hacía más de setenta días que estaba en el Arnau de Vilanova, que los que no somos de Lleida nos deben recordar que es el hospital.

Cada vez nos cruzamos con más gente que ha ido al hospital pensando que los receta un paracetamol y agua, y que despiertan un mes después sin saber ni quién son. Necesitan días para salir de aquella nube de alucinaciones que los hace vivir en otro país o, como el actor Jordi Sánchez, creer que toda su familia había muerto. Muchos de ellos pasan meses antes de volver a una normalidad que no será nunca la normalidad de cuando oyeron aquello de: «Ahora te dormiremos un poco, no te preocupes». Yo les quiero dar un abrazo y la bienvenida de nuevo a una mesa del Rofes, del Xaloc o de cualquier restaurante de Riudoms donde volveremos a brindar con una copa de cava por la vida. ¡Bienvenidos!

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