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La frustación no justifica la violencia

Exsenador i diputat

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En estos días, algunos observamos desde la distancia, otros lo sufren directamente, la oleada de violencia que se ha desatado en diferentes puntos de la geografía de España, especialmente en la «ciudad sin ley» de Ada Colau, Barcelona, por parte de grupos violentos que justifican sus acciones en la falsa defensa del derecho a la libertad de expresión. Esta vez protagonizada por la entrada nuevamente en prisión de Pablo Rivadulla, más conocido como Hasél, el cual fue detenido por primera vez a los 23 años por ensalzar a Manuel Pérez, ideólogo de la banda terrorista GRAPO, siendo condenado a tres años de prisión en 2014, por hacer lo propio con la RAF (Fracción del Ejército Rojo), ETA y Terra Lliure, reincidiendo de nuevo en 2018 y siendo condenado esta vez a dos años por enaltecimiento del terrorismo e injurias a las instituciones del Estado. Antes, calificaba de falsa defensa del derecho a la libertad de expresión, lo hacía porque España y por lo tanto Cataluña, es una democracia consolidada según todos los baremos internacionales; de hecho, se encuentra entre las más valoradas y reconocidas del mundo, ocupando el puesto número 18, con una puntuación de 8,18 sobre 10 en su conjunto y destacando su 8,82 sobre 10 en el apartado de libertades civiles, y por encima de países como Estados Unidos, Francia o Japón.

Lamentablemente hay que observar, como algunas instituciones públicas y cuando no, relevantes cargos de estas, no tan solo justifican los hechos, sino también alientan a los mismos, poniendo en tela de juicio el ejemplar trabajo de las fuerzas de seguridad, que son carne de cañón de la kale borroka, cuando estos mismos son los garantes de los derechos y libertades de los ciudadanos. Solo así se entiende que, dentro de esa falsa defensa de la libertad de expresión, se destrocen escaparates y se proceda al saqueo indiscriminado de comercios, priorizando curiosamente aquellos que distribuyen productos de gama alta, sin olvidar los destrozos a un sector ya castigado por la pandemia, como es la hostelería, destruyendo terrazas y rompiendo las persianas de sus negocios.

Mientras algunos han enarbolado las libertades de expresión, como justificación de los hechos vandálicos, otros lo hacen aludiendo a la frustración de una generación, en clara referencia a los jóvenes. Es verdad, que hace algunos años, la crisis del 2008, motivada por la especulación de la burbuja inmobiliaria, azotaba de forma significativa al segmento juvenil de la población con un 23,6% de desempleo juvenil, y cuando todavía no se había levantado la cabeza, surge la pandemia del coronavirus, volviendo de una manera drástica a afectar a nuestra economía. La crisis más grave de lo que va de siglo se ceba, una vez más, en los más jóvenes, con un 43,9 % de paro juvenil, mientras la media europea se situó en un 17,6 %, sin contar los expedientes de regulación de empleo (ERTE). Estamos hablando de una generación perdida, una generación en su gran mayoría, con una formación profesional y que se habían preparado para ser los mejores en el mercado laboral. Crisis, la primera de ellas, quizás y digo quizás se hubiera podido evitar, pero los «brotes verdes» no dejaron ver la magnitud de la tragedia, una especulación inmobiliaria que no se correspondía con la realidad del valor de la propiedad; mientras la segunda, la que estamos viviendo, viene sobrevenida por una pandemia que nadie esperaba.

A lo antes dicho, podría también sumarse, como justificación de los disturbios, la frustración de los movimientos sociales, de carácter izquierdoso o cuando no independentistas, como fue el 15 de mayo de 2011, también llamado movimiento de los indignados, donde las reivindicaciones recaían en el sistema social, político y económico, bajo el lema «unidos podemos», palabras con las que concluía su manifiesto fundacional, germen de la formación política que hoy es socio de gobierno del PSOE de Pedro Sánchez, me refiero a Unidas Podemos, del mandatario, que no líder, Pablo Iglesias, lo digo por aquello de quien se mueve no sale en la fotografía. Jóvenes que también deberían estar frustrados con aquellos que exigían una vivienda digna y que han acabado viviendo en un casoplón, custodiado por las fuerzas de seguridad del estado; que lucharían contra la corrupción que, hoy tienen ellos mismos o mismas instalada en sus propias filas; se comprometían a la abolición de sueldos a políticos y son ellos los que pagan asesores del erario público para ejercer funciones de niñera; cuando no les ha faltado tiempo para posar al más puro modelo de lo que ellos denominan Cayetanos y Cayetanas, entre otras promesas que una vez en el gobierno se han olvidado. Pero claro, una vez se instalan en el mismo, los culpables de su fracaso no pueden ser otros, que los poderes fácticos de una sociedad capitalista. Movimientos sociales. como también fue la «revolució dels somriures», culminó con un ilegal referéndum el 1 de octubre de 2017, donde la independencia, la república, los puestos de trabajo o el plan b se quedaron en un saco roto, esparcido por el suelo de las ilusiones.

De todo ello nacen dos grupos sociales de acción, los despolitizados y los hiperpolitizados, como los describe Santolino. Al grupo de los despolitizados que están menos organizados, responde una violencia de desahogo, rabia, impotencia y frustración, aprovechando para saquear tiendas. Si se puede, de productos de alta, o marcas reconocidas, porque, por muy progres que sean, no dejan de ser de morro fino. Los hiperpolitizados o hiperventilados, realizan acciones que, por mucho que lo nieguen y aludan a la espontaneidad, son llevadas a cabo por grupos bien organizados, de una tradición ideológica revolucionaria de izquierdas, apoyados en algunos casos por activistas extranjeros, con tácticas aprendidas de lo que se conoce como guerrilla urbana. Tienen objetivos como el destrozo de mobiliario urbano y/o el enfrentamiento con las fuerzas de seguridad del estado. Estos son lo motivos que pueden ocasionar o alimentar los sabotajes violentos que estamos viviendo estos días, pero nunca pueden ser la justificación de ningún tipo de violencia, porque la violencia no deja de ser el recurso de los incompetentes, de aquellos que, ante la frustración, no saben ser ni estar con la perseverancia necesaria, como si la frustración fuese un fin y no el inicio de nuevas metas basadas en la superación, el sacrificio y la concordia de todos los ciudadanos.

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