Diari Més

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Aquel señor de Barcelona estaba a punto de ponerme en la mano el cheque por haberle hecho un trabajo editorial importante. Valeee, había hecho de negro. Antes de despedirnos, me dijo: «Pero quiero que se ponga en contacto con el rey Felipe VI y le envíe algunos ejemplares». Yo no sabía cómo salir del jardín… «Pero, hombre, eso ya es muy antiguo, enviar regalos al rey… Si debe tener una agenda que ¡buf!». Mientras yo iba hablando, él iba retirando el brazo con el preciado documento bancario que lucía una cifra que no sabréis nunca, como el recuento del referéndum del 1-O. Así que allí me teníais, escribiendo la carta a los reyes con la lengua fura, como si tuviese 8 años. «Queridos reyes, este año he sido un buen niño, he pagado todas las cuotas de autónomo durante la pandemia y no he quemado ningún contenedor».

Una semana después he recibido una llamada del jefe de la Casa Real. «A Su Majestad le ha hecho mucha gracia el obsequio y ha dicho que en su próxima visita a Barcelona desea alojarse en su domicilio». ¡Madre mía! Claro, ¿Qué vas a decir? Si te niegas, vienen los de la BRIMO y te conceden la licencia para inaugurar una ortopedia. Así que aquí estoy con la mujer, pintando las paredes de rojo y amarillo (poco) mirando a ver dónde lo ponemos, porque nuestras camas son de medida de pobre de la década de los sesenta.

Ella, mi mujer, insiste en ir a comprar papel de wáter, no fuese caso que nos quedásemos sin ningún rollo con el canguelo que vuelve. Y pasamos las noches pensando qué le haremos a este hombre para comer: si le gustan los robellones o la butifarra. Al final, ¿Sabes qué? Hemos decidido que llamaremos al kebab. Es una comida que os recomiendo, rico, rico, y ara no sé si es de origen árabe o turco.

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