Diari Més

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Ya hace tiempo que no hago un manament cursi, ni de romanos. Hoy haré el moñas. Quiero decir que escribiré blandito, y mañana, el de romanos. Después de vivir casi veinte años por las barcelonas, no hace mucho que volví a Tarragona. Aparte de observar que mis amigos están jubilados o tienen una «excedencia» permanente y viven en la parte de arriba de Rovira i Virgili, he notado otra cosa que me ha hecho ver mi amigo Paco: en esta ciudad la vida es más cálida y humana que en la gran urbe.

He ido al ayuntamiento a hacer un trámite y he visto que el conserje de la puerta me conoce. Entonces, mientras bajaba de la avenida del Imperio, me he acordado de los tiempos pasados. Del 1999 al 2005 viví en Hospitalet de Llobregat, donde nunca nadie me había saludado, ni me conocía. Del 2005 al 2016 viví en Cornellá y he comparado la experiencia de hoy con cuando entraba a hacer un trámite en el ayuntamiento de allí. Exceptuando al Joan Tardà… ninguna cara conocida, ningún saludo, ningún nada, una vida fría. En Tarragona los alcaldes se acercan a mí, como los niños a Jesús, me conocen y me saludan, tanto los indepes -como yo- como los actores de Hollywood. Antes de llegar a casa, he pasado por el Petit Tarraco y el amo me ha dicho adiós, también me ha saludado un amigo que tengo en las Dominicas que no quiere que ponga su nombre aquí. Y he acabado tomando una cerveza con otro amigo que vive delante de la Monegal. Estoy agradecido a todos vosotros por querer este artículo, saludarme por la calle cuando me reconocéis y hacer que la vida en Tarragona sea cálida. ¿Qué? ¿Ha quedado cursi?. Va, que lo arreglamos: también me he encontrado a un antiguo conocido que me ha recordado que: «¡Me debes 20.000 pesetas desde 1998!» ¿Sabéis qué? Creo que me vuelvo a Barcelona.

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