Diari Més

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Avanzábamos sudados por un estrecho conducto Cinta Bellmunt, Eudald Carbonell, un tal Virgili que descifraba los jeroglíficos, y yo. Delante nuestro, el ministro de antigüedades egipcio, Zahi Hawass, acompañado de un cámara del National Geographic que le iba haciendo preguntas. «Estamos entrando en una especie de biblioteca de papiros de la Dinastía XI del Imperio Medio de entre los años 2.125 i 2112 aC, donde se conservan las conversaciones que los faraones mantenían con los visires antes de tomar sus decisiones».

De repente, hemos oído un estruendo y un muro de mármol ha caído a los pies de Hawass. «Osti, Joaquín, ves con cuidado que casi nos matas». Era el doctor Ruiz de Arbulo, de la URV, que excavaba al otro lado de la pared. Se ha disculpado: «Perdonad, me he perdido». Hemos entrado en la estancia, llena de cofres con papiros. Virgili, el paleógrafo, se ha avanzado con una linterna y ha abierto uno de los baúles. Ha desenrollado uno de los canutos y ha empezado a leer con dificultad: «Parece que… dice: el faraón Interf I… pregunta al visir Carrizosus III que por qué le pide la palabra». Todos nos hemos mirado a los ojos y hemos reído, excepto el ministro egipcio y el cámara inglés. De los centenares de cofres, ha escogido otro al azar, le ha quitado el polvo de encima y ha abierto la tapa. «Aquí también habla del tal Carrizosus III y, concretamente, parece que el faraón le dice que se siente, que no tiene la palabra». Virgili, visiblemente excitado, ha empezado a abrir y cerrar los baúles como un logo: «Aquí, también habla de él, y aquí, y aquí…». De repente, con los ojos desorbitados y un papiro en las manos, ha balbuceado: «No puede ser. Pone… dice… Presidente, ponga las urnas». Eudald se ha desmayado.

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