Diari Més

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Hoy empiezo disparando a los que no saben discernir lo que es un personaje de lo que es una persona. Tranquilos, que os haré dibujitos para que lo entendáis. Es posible que os crucéis por las calles de Tarragona con Oriol Grau, un profesor universitario, actor y director, que también hacía un personaje en la tele con el Buenafuente: el Palomino. ¿Verdad que le diréis: «siu, siu, boralí a totón»? ¿A que no le cantareis «uno: el brikindans» al Fernández (El Chikilicuatre, no al Alejandro)?

Pues, señores, soy un periodista que ha creado un personaje que escribe de forma sarcástica unos artículos que, por cortos, parecerían los Mandamientos del profeta. Pero, ¡Cuidao! Que no son los Diez Mandamientos reales, ni Dios se ha puesto en contacto conmigo. Eso pasó hace muchos años en el Sinaí, cuando aquí mandaba Joan Miquel Nadal. Por tanto, agradecería que no me preguntaseis por el Messenger si soy gay si escribo «una servidora» y que no os vaya la vida en saber si realmente soy un ferviente seguidor de la independencia de Texas, o si duermo con unas gotas de Chanel nº 5. Me tocó los mismísimos que, hace unos meses, saliese mi figura de articulista de humor como parte negativa a la hora de ofrecerme un trabajo. ¡Claro! ¡Ese tío no es serio! ¡Imbéciles!

Hace décadas que me muevo por las «zonas verdes» y creo que hay cargos a los que les pasa lo mismo que digo en este artículo: que detrás del personaje, hay personas. Pero en el caso de Diego Pérez de los Cobos toda la teoría que os he explicado no vale una mierda. ¡A él sí que le ha salido mal un chiste! Si el humorista Zeleski llegó a ser presidente de Ucrania y si Màxim Huerta -que hacía reír en el show de Ana Rosa- fue ministro, yo puedo ser presidente de la Comunidad Europea. Ahora que lo pienso, ¿Existe eso todavía?

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