Diari Més

Creado:

Actualizado:

Cuando me pregunten si soy creiente, siempre me quedo unos segundos en blanco, porque, aunque no he comulgado des de 1978, creo en gente que cree. Sería como si te gustase Rosario, pero no la Lola Flores. Y estos segundos tienen que ver con cosas extrañas que me pasan en la vida. En los años 80 imaginaba cómo habría sido mi vida como periodista si me hubiese quedado en Cádiz. Poco después, un periodista de Reus -el Romero- se fue a Cádiz y me fichó.

Hace unos meses quedé con un amigo para tomar una Coca-cola y, en el mismo bar, Tecla Martorell presentaba su libro. Yo tenía pensado ir a la presentación, pero se me olvidó completamente le día y el lugar… pero, al final, estaba allí, sin saberlo. Como estas, tengo unas cuantas. No cuento los encuentros casuales de conocidos en el «Club Momento’s».

Y ahora viene la buena. Madrid 1975. Tengo 14 años. Mi padre está ingresado en la Clínica de la Concepción. Nos quedamos en casa de su hermana María del Carmen -enfermera- en el barrio de Carabanchel. Cada día, voy con mi madre del metro a casa de mi tía y pasamos por delante de un taller de motos donde hay una «máquina» que me tiene seducido: un Velosolex. Los más viejos lo recordarán. Cada vez que paso con mi madre me quedo petrificado ante aquella bici-moto. Un día me escapo y voy al taller a preguntar cuánto cuesta: «Te la vendo por 1.400 pesetas». Es el sueldo que tengo en aquellos momentos. Enero de 2020. Estoy aparcando la moto en una esquina de Tarragona y un señor mayor, que baja de una furgoneta, me dice que vaya con cuidado. «Que yo sé de qué va esto de las motos». Me giro y le pregunto qué ha querido decir. «Tuve un taller en Carabanchel en los años 70». ¡Era el hombre del Velosolex! ¿Veis por qué me tengo que quedar unos segundos en blanco?

tracking