Diari Més

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Hoy he encontrado en el buzón las pastillas de este mes. He tenido suerte porque el gobierno supremo me ha dejado una caja de píldoras de pasear por el bosque, una de felicidad sexual y treinta de estofado que irán muy bien con el jamón efervescente y el jarabe de níscalos que me enviaron el mes pasado. Estaba contento, pero me ha cabreado un poco que a mi vecino le haya dejado en la puerta el enviado gubernamental unas inyecciones de ir en mountain bike por el Montsant. Se ve que los drones que dan vueltas por el barrio le han grabado gritando «¡Bravo!» en el balcón mientras aplaudía a las ocho de la tarde. Y eso ha gustado al ser supremo. La mayoría de confinados se imitan a poner en la ventana el reproductor de aplausos de Aliexpress, y los más ricos tienen un androide que compran en Japón a cambio de 20 vacunas. Son tan perfectos que los helicópteros filmadores no los saben diferenciar de los humanos. Se ve que los robots transmiten por 5G una información que confunde a las cámaras.

Pero cuando mejor me lo paso es cuando me envían los supositorios de sueños bonitos. El otro día soñé que hablaba con mi abuelo. Me decía que estaba muy crecido. Claro, él murió cuando yo tenía dos años y al verme ahora con 110 kilos se asustó. Le dije que se cogiese a la silla que le explicaría que un comunista había llegado a vicepresidente del gobierno supremo. Pero no tuve tiempo, me desperté al oír a mi mujer que gritaba y no paraba quieta. Pensé que se había tomado un sobre de orgasmo o la pastilla de saltar en paracaídas (la probé la semana pasada y vomité), pero no, tenía una sobredosis de devolución de la cuota de autónomos.

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